La resistencia del poder económico a modificar su dominio (no hablemos de cuestionarse o revisarse) se estructura desde discursos que maquillan continuamente el concepto de trabajo, o lo que ellos entienden por trabajo. La cuestión se amplía y lleva tiempo tomando tintes cada vez más constrictivos: a quienes se han quedado sin ocupación se les añade la sospecha de galbana, no emprenden. Se crean más argumentos indiscutibles (la publicidad funda realidades) que facilitan una corriente para desinhibir al Estado de sus responsabilidades. Una estrategia, una tendencia unificadora, que permite desconfiar de todo un sector de la población que parece ser sobradamente corresponsable de esta realidad desastrosa: la consabida vagancia de quien parasita al estado bien porque prefiere los subsidios, bien porque elige el trabajo público (otros de los culpables, los funcionarios). Existe un espacio que no se contempla porque no interesa.
¿Qué es emprender? ¿Qué sentido tiene ser emprendedor? Todo y ninguno. Lo que no tiene sentido es que el concepto haya accedido a la quintaesencia del desarrollo (¿qué desarrollo?) a través del discurso y la propaganda de las estructuras que construyen lo “correcto”. Hoy parece que las motivaciones del emprendedor deben ir, según su dogma, desde el narcisismo vía marca a la obligada dedicación de esfuerzos y el sacrificio deslumbrador. Una estrategia que en el fondo (seguro que bien lo saben) no puede de ningún modo sostenerse dentro de un esquema de competitividad y ambición (otros dos términos estigma) como el que prima en la selva capitalista: la situación real es la contraria y mientras la tarta mengua, aumentan los comensales. Los emprendedores también ganarán cada vez menos a pesar del beneficio que van generando para terceros (bancos y gurúes varios).
La publicidad del emprendimiento hace que todos seamos víctimas de un ataque masivo. Víctimas de ser lanzados despiadadamente a enfrascarnos en un modelo de vida en el que no nos quede ni un minuto propio que no sea para el consumo (también de cultura por cierto, enlatada y ofrecida sin posibles efectos secundarios) y la retroalimentación del sistema. El tiempo propio solo se contempla si es convertido en tiempo útil para el desarrollo del engranaje único que nos sostiene: la devoción por el trabajo como esencia, como virtud extrema. La contemplación y la estética no caben en este proyecto de sociedad deshumanizada desde sus entrañas, en ese proyecto de maquinización del ser humano. Las corporaciones necesitan este modelo para seguir reforzando el poder.
Y los que no somos “emprendedores” continuamente nos sentimos medio tontos, fuera, al margen… La imaginación secuestrada y no me vengan con la creatividad y la innovación, por favor.
Crear verdades y tierra fértil para el feudo