Pensar el futuro que nos trae la IV Revolución Industrial da por hecho que el binomio economía-ciencia, con la compañía de la tecnología, va a cambiar todo y que las creencias culturales son un asunto menor que puede ser influido o determinado por lo que en aquella noble esfera se decida. Para ello se parte de la suposición de que las sociedades tienen características prácticamente universales y que, por lo tanto, los cambios en ellas van e irán siempre también en direcciones parecidas. Cualquier científico social sabe que estas dos posiciones son insostenibles. ¿Me permiten un ejemplo?
Dicen muy serios los amerindios que ellos y los jaguares no pueden ser humanos al mismo tiempo, pues deben ocupar posiciones diferentes. Esta afirmación da lugar a un modo de crear realidad que se parece al que descubre García Calvo en la fundación del orden occidental-desarrollado instituido. Dicho orden se basa en la prohibición de que dos cosas distintas estén al mismo tiempo en el mismo sitio y que una misma cosa esté en distintos sitios al mismo tiempo. La negación de ese “al mismo tiempo” funda lo instituido a la vez que el tiempo (distinto de la eternidad) y el espacio (diferente de la ubicuidad). En el caso de la primera proposición se impide que dos cosas supuestas distintas estén al mismo tiempo en el mismo sitio, pues la coincidencia de las cosas arruinaría la posibilidad de suponer y establecer significados diferentes. Con la segunda proposición se prohíbe que una cosa supuesta única, distinguible y con un significado propio, pierda esa característica estando en dos sitios a la vez, pues arruinaría la lógica de la diferencia de significados, dando por sentado que la ubicación o corporalidad influye en la esencia.
Como se ve, el peligro es, en ambos casos, que desaparezca la diferencia de significados por culpa de las ubicaciones, una manera esta de referirse a la corporalidad. En cambio, para los amerindios el problema es que un mismo atributo o significado ocupe dos posiciones o significantes diferentes al mismo tiempo (¡no se añade “en el mismo lugar”!), pues el significado o espíritu arruinaría la existencia del régimen significante o la lógica de la corporalidad. Así que, en el caso de Occidente, según lo retrata García Calvo, el peligro es que la indistinción física borre las diferencias de esencia, mientras que para los amerindios el peligro es que la irrupción de la indistinción esencial borre las diferencias físicas. Nuestro mundo teme que la confusión de los cuerpos (en la que creemos a pies juntillas, pues humanos y no humanos somos físicamente idénticos: el ADN de la mosca del vinagre y el de los humanos es prácticamente idéntico, los corazones de los cerdos son tan parecidos a los nuestros que utilizamos válvulas de ellos para arreglar las nuestras, etc.) genere una indistinción de esencias (en la que no podemos creer: pues las almas, culturas, naciones, etc. deben ser diferentes), mientras que los amerindios temen que la confusión de los significados (en la que creen a pies juntillas: todos somos en el fondo humanos) se desborde y genere una indistinción de cuerpos (en la que no pueden creer: pues un jaguar, un humano y un jabalí tienen cuerpos que se comportan de maneras diferentes).
La clave de nuestra prohibición es que dos cosas no puedan estar “en el mismo lugar al mismo tiempo” pues eso crea el tiempo y el espacio, ya que con la prohibición se crean diferencias temporales y distancias espaciales, fundamentales para el orden instituido. No debe extrañar esta operación. Si nuestro mundo teme la confusión espacio-temporal de los cuerpos a la que está arrojada, pues todos nosotros somos iguales en dicho plano, es lógico que instituya las diferencias ahí. Por eso, partiendo de la mortalidad y corruptibilidad del cuerpo se imagina un tiempo que apunta hacia la muerte pero que es salvado con ucronías religiosas, las cuales subrayan algún tipo de inmortalidad del alma. Igualmente, partiendo de la inevitable situación de los cuerpos en lugares concretos y de su sellado espacio-temporal, han pensado un mundo poblado por lugares irremediablemente separados pero que puede ser salvado con utopías del transporte, la comunicación, etc., las cuales se encargan de simultanear o hacer copresentes las diferencias ontológicas. Como dice una conocida empresa de telefonía, hay que conectar a la gente (conecting people). Gran parte de la tecnología contemporánea apunta a hacer realidad esa utopía.
Para los amerindios el problema no es la confusión de cuerpos, así que no establecerá diferencias en ese campo ni inventará tecnologías o ideologías como las nuestras. Su problema es la confusión de esencias, así que es lógico que instituya aquí las diferencias. Sin embargo, nos resultan inabordables porque no tenemos categorías intelectuales que permitan pensar problemas de las esencias análogos a los problemas espaciales y temporales de los cuerpos. De todas formas, podemos comparar las diferentes concepciones del tiempo y del espacio.
Por lo que respecta al tiempo, como no están obsesionados con él, no temen su corruptibilidad ni muerte, ni deliran con el fármaco de la inmortalidad. Es lógico entonces que su temporalidad sea la del eterno retorno, con la que se está cerca del acto cosmogónico primordial, es decir, de la eternidad. En relación al espacio, como tampoco les preocupa, no temen la distancia ni deliran con el fármaco ni las tecnologías de la proximidad. Es lógico entonces que su manera de vivir el espacio sea el mito del viaje, todo un rito de transformación y fundamental en los relatos heroicos, con el que se está cerca del acto cosmogónico primordial, es decir de la utopía o aespacialidad.
De todas formas, ¿Seguro que no tenemos categorías intelectuales para pensar problemas de las esencias que sean análogos a los problemas espaciales y temporales de los cuerpos? Quizás las haya, aunque nos resulten inconmensurables. Por ejemplo, puesto que las esencias son comunes y no se teme su pérdida, sino que, al contrario, se anhela la unión, tiende a delirarse con la fusión que trae consigo el canibalismo, una práctica largamente argumentada por los amerindios y vanamente explicada por los antropólogos, aunque también esté muy presente entre nosotros, al menos como metáfora (pero no sólo) en las relaciones sexuales e incluso (aquí sí) en las materno-filiales. La anhelada pero imposible confusión de cuerpos sería entonces la utopía amerindia que correspondería a su inevitable y peligrosa fusión de esencias. Tanto ellos como nosotros anhelamos lo que no tenemos: nosotros anhelamos la fusión de esencias a través de la eternidad y la aespacialidad (ambas intentan deshacer la para nosotros imposible distinción de cuerpos) y ellos anhelan la fusión de cuerpos con el canibalismo (que intenta deshacer la para ellos imposible distinción de esencias). Cada cual opera con el plano en el que es más hábil (nosotros con las esencias, ellos con el cuerpo) para lograr la unidad en el plano contrario (nosotros en los cuerpos, ellos en las esencias).
Quedaría por averiguar cuál es el equivalente transgresor-cotidiano amerindio (transgresión espiritual y cotidiana de la dictadura del cuerpo) de nuestra transgresión-cotidiana (transgresión corporal y cotidiana de la dictadura espiritual). Si en nuestro caso es el canibalismo sexual y afectivo, que busca capturar el alma ¿cuál será entre los amerindios? ¿la confusión estética a través de máscaras y disfraces, que buscan atrapar el cuerpo? Quizás. Seguramente. Pero este habitus también está presente entre nosotros con los juegos de la moda, aunque sólo reducido a la imitación de distintas clases de humanos, pues la moda se basa precisamente en eso: imitar a los jóvenes para conjurar el paso del tiempo, imitar a las clases más altas para superar simbólicamente la desigualdad social, imitar a los distintos tipos de bohemios (grupos musicales, artistas, etc.) para alcanzar una existencia más auténtica, copiar las estéticas de culturas exóticas para no caer en la homogénea y redundante masa, etc. La diferencia es que, los amerindios tienen una “moda” basada en la imitación de los no humanos. Con lo cual aparece otra diferencia: ellos transgreden con sus imitaciones de otros cuerpos (animales) la distinción de cuerpos en las que están afincados, mientras que nosotros transgredimos con nuestras identificaciones con otras gentes (humanas) la diferencia de (sub)culturas en la que estamos afincados. Para ellos los otros cuerpos animales son su solución, para nosotros las otras culturas humanas son nuestra solución. En el primer caso para no caer en la indistinción esencial o profunda, en el segundo para no caer en la indistinción material o superficial.
En definitiva, los aparatos sociales amerindios tienen como función producir cuerpos verdaderamente humanos con pedazos de cuerpos de animales: plumas, dientes, pieles, etc. De modo que se diferencian jugando con el peligro de la confusión hombres-animales, tan peligrosa para ellos. De ese peligro extraen su particular placer estético. Esta estética es distinta a la occidental contemporánea, pues nosotros nos humanizamos estéticamente jugando con la confusión de esencias: intentando imitar las clases, edades, géneros, etnias, etc. que no somos. De este peligro (la eliminación de las diferencias esenciales) extraemos nuestro particular placer estético. En ambos casos el veneno, convenientemente dosificado, enriquece el sistema en lugar de destruirlo.
¿De verdad creen ustedes que somos tan parecidos?
José Angel Bergua es sociósofo