No sé si es posible “tomar” la economía pero sí que es posible limitarla en sus comportamientos abusivos. El terreno más fértil, de momento, es el espacio local. Digamos que es una estrategia de proximidad, de discurso en la cercanía.

Atravesamos por una etapa que, aunque pareciera extraordinaria, no es sino la consecución de un largo proceso de usurpación del bien público y de la conciencia comunitaria por parte de las grandes corporaciones financieras, por parte de los grandes poderes económicos en cualquiera de sus representaciones. Una usurpación a través de mecanismos de connivencia con los poderes estatales y locales que se han convertido en altavoz, más o menos disimulado, de la ortodoxia del capital especulativo. Una usurpación que ha tenido su caldo viral en la globalización tecnológica y en la alta capacidad de movimiento de productos tóxicos. Una usurpación por parte de una élite de dudosa ética y blindada por sus poderosas relaciones. Una usurpación perfectamente extendida gracias a su capacidad para influir en la conciencia popular a través de los medios de comunicación y los parlamentos. Una usurpación que ha conseguido consolidar el espejismo colectivo de que no existe otro modelo posible, que nada podemos hacer sino aceptar y desentendernos de algo en lo que no podemos entrar. Que debemos asumir cuantas atrocidades y atropellos porque es inevitable y la única manera para salir adelante.

Es un asunto de potenciación del pensamiento débil (Gianni Vatimo) porque este no soporta grandes metafísicas y funciona desde la noción de lo inmediato. ¿Hasta cuándo y hasta dónde? La última vuelta de tuerca se dará cuando estas élites vean peligrar su integridad física. Entonces todo se venderá como un esfuerzo por su parte y abundarán los agradecimientos de los empalagosos y de los ingenuos.

Es en este contexto donde surge la colaboración, la reciprocidad, el procomún… como centro de las reflexiones y los discursos sobre modelos económicos más civilizados. Sin embargo no debemos olvidar que esos discursos se dan en un entorno de precariedad acelerada y que suelen durar lo que dura la pena. Y tampoco que el mercado es capaz de absorber cualquier discurso y adaptarlo a sus intereses. El mercado de lo comunitario, de las necesidades sociales, de la ética… está servido. Se privatiza la solidaridad. Es necesario ser consciente de que la sociedad capitalista en la que nos movemos no admite generosidad sin contraprestación y que de ningún modo va asumir la responsabilidad social de los estados si esto no redunda en beneficios claros. ¿Alguien cree de verdad que el capital puede hacerse cargo de servicios públicos que no le reporten altos ingresos? ¿Cómo es posible que todavía se siga tragando el despreciable discurso que justifica la privatización de los servicios públicos en función de mayor eficacia? Pues se siguen tragando carros y carretas mientras se extiende la obsesión por “dinamitar el bien común para proteger el bien común”.

La economía social, la economía humanitaria se constituye también en capital sin que se pongan las bases para una modificación real de las desigualdades e injusticias a las que nos ha lanzado el mercado. La bondad pasa de este modo a cotizar en bolsa y de paso su globalización permite suavizar las violencias propias del mercado: una auténtica paradoja, un auténtico chantaje. La mercancía de la solidaridad y del bien común pueden ser estupendos productos para la venta y, de paso, el estímulo de las conciencias caritativas. Hipocresía social amplificada.

Pero ¿de qué hablamos si queremos abordar los nuevos comunitarismos? No necesitamos caridad ni beneficencia, necesitamos un cambio profundo que vaya directamente a las estructura de los modelos. No necesitamos una solidaridad escafandra: algo que parte de una filosofía individualista que contempla la inmovilidad estructural y que impide la trasnformacion a través de parches y tópicos.

Foucault en su “nacimiento de la biopolítica” nos alertaba sobre una estrategia de ocultación tremendamente eficaz, la “necesidad de ayudar sin tratar de saber de quién es la culpa”. El Estado deriva la responsabilidad hacia sus socios corporativos y el individuo-ciudadano se conforma. Y como si predijera los discursos de la ideología del emprendimiento nos dijo que estábamos destinados a la idea de que “cada uno debe ser para si mismo o para su familia una empresa”. Aquí aparece un nuevo nicho de economía para la solidaridad, un nicho cada vez más amplio y que va a jugar con la sensibilidad para alcanzar dos objetivos: una mano de obra barata derivada de la tendencia de algunas personas a la responsabilidad asistencial, y otro, una ampliación de las posibilidades de venta de nuevos productos con la excusa de dignificar y cubrir necesidades.

El mercado puede apropiarse también de la energía solidaria y adaptar los modelos alternativos.

 

 

José Ramón Insa Alba

Coordinador de Proyectos y Redes en la Sociedad Municipal Zaragoza Cultural. Area de Cultura del Ayuntamiento de Zaragoza. Pasé por ZAC durante cuatro años como responsable del ThinkZAC.

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