A menudo tendemos a asumir como incuestionables ciertos aspectos de nuestro entorno social que son en realidad el resultado de procesos complejos. Uno de esos aspectos es el lugar que el trabajo ocupa en la vida del individuo. Creemos que se trata de un elemento central de nuestro modelo de organización social y que el sujeto está bajo la influencia directa de esta realidad, nunca ajena al contexto social e histórico.
En “Paris-Texas” el protagonista se rodea de imágenes de lo que debe ser un padre para intentar convertirse él mismo en uno y recuperar así su sitio en la trama. Es una muestra a escala reducida de desublimación institucionalizada. Este concepto, desarrollado por Marcuse en El hombre unidimensional, es un éxito y una garantía de continuidad para la sociedad unidimensional, pues el individuo acepta por sí mismo al sistema de producción como el agente efectivo al que debe someter su pensamiento individual. «Es una de las más horribles formas de enajenación impuesta al individuo por su sociedad y espontáneamente reproducida por el individuo como una necesidad y satisfacción propia». Marcuse H, Eros y civilizacion, Ariel, Barcelona, 2008, p. 12.
En una sociedad como la nuestra, en la que el individuo está llamado a mimetizarse con el resto de sus congéneres en un paisaje colectivo caracterizado por la mundanidad, la fusión de las esferas públicas y privadas es una realidad. El interés general en estas sociedades industrializadas es la acumulación y disfrute de bienes, dos actividades posibilitadas por el trabajo y que actualmente han disparado el ciclo natural de labor y consumo hasta su paroxismo. Como se ha señalado, la cultura del trabajo es un eslabón fundamental históricamente constituido por la ideología del progreso en su versión capitalista actual. Y esta ideología se comporta como todas sus semejantes. En su análisis del impacto de la ideología en el sujeto, Zizek apunta a Kant como el primer autor que revela el funcionamiento interno de la ideología, recurriendo a términos freudianos y lacanianos. Zizek, S, El sublime objeto de la ideología, Siglo XXI, Madrid, 2010. Kant apela a sus lectores a pensar de manera autónoma y a cuestionar lo que sus pensamientos indiquen, pero sobre todo les invita a obedecer la ley por encima de cualquier cosa. Es lo que Zizek llama el anverso necesario de la propia Ilustración. El porqué de este obedecer sobre todas las cosas lo sitúa Zizek en el plus-de-goce Lacaniano que el individuo experimenta cuando hace lo que debe, cuando renuncia al goce para sacrificarlo en beneficio de la jouissance que provoca la acomodación a la forma de la ideología, su verdadera y única razón de ser. Como señala Zizek, el acto de sacrificio formal que representa el plus de goce, lo que Lacan denominó el objet petit a, es análogo con la noción marxiana de plus-valía, ya que acceder al plus-valor de una mercancía exige primero la renuncia al valor empírico de dicha mercancía.
Aplicado esto al caso del trabajo, podría decirse que el individuo renuncia al goce, aquellas experiencias que el propio trabajo le posibilita para alcanzar el plus de goce, el sacrificio que le abre las puertas de la jouissance, al adoptar la actitud congruente que la ideología exige. Es en este mismo sentido que Junger se refiere al sentimiento que invade al hombre que ocupa un puesto de trabajo. Junger, E, El trabajador: dominio y figura, Tusquets, Barcelona, 1993. Junger lo denomina la conciencia heroica de la realidad. Heroica, por que el individuo sabe lo que la sociedad le pide y se sacrifica de alguna manera para dárselo; se le pide ser parte de lo social y para ello se le pide ser un trabajador, se le pide obedecer. Evidentemente, este placer heroico del trabajador se produce porque el trabajo es, y debe seguir siéndolo, un valor positivo, sinónimo de fuerza y vitalidad. En este sentido, la desaparición de la categoría suficiente y su sustitución por las categorías más y menos que tuvo lugar durante el periodo de transición ideológica de la revolución industrial es fundamental. La realidad más representativa de este hecho es la ya mítica máxima del ex-presidente francés Nicolas Sarkozy. Sarkozy, quien en un momento de euforia tras la caída de Leman Brothers llegó a proponer la reforma del capitalismo, se ganó un puesto de honor entre los defensores de la cultura del trabajo con su máxima trabajar más para ganar más. Esta frase ilustra a la perfección el “sentir” del sistema productivo al tiempo que evidencia su esquema interno, ajeno a cualquier noción real del sentir humano.
El intento por imponer este esquema unidimensional es por sí mismo un intento de dominación que puede llegar a ser muy convincente por su carácter racional, impersonal y jerárquico. Se puede argüir que su naturaleza aparentemente racional queda en evidencia al descubrirse las siniestras consecuencias de su esencia: subordinación directa de una importante parte de la población mundial cuando no la condena directa a una existencia miserable. Sin embargo la racionalidad del sistema no queda deslegitimada. Desde el principio la dinámica de la realidad ha albergado a lo negativo en lo positivo por lo que no es contradictoria la búsqueda de una existencia humanizada con una más que aparente degradación. El elemento negativo de la ecuación, la degradación generalizada de la autonomía del individuo, estaría compensada por la parte positiva, la mejora del standard de vida también generalizada. Así, los efectos de la progresiva dominación técnica del medio humano y de la tecnificación de la producción se complementan y de hecho sirven de justificación de un sistema totalizante.
La gran paradoja estriba en el hecho de que en la realidad social el trabajo alienante es una necesidad que depende de su negación. Es decir, que para que la verdad de una libertad plena pueda existir de manera virtual y de manera real para un grupo muy limitado de personas, el destino para la mayor parte de la población mundial debe ser la de procurar las mercancías necesarias para la vida. Esta contradicción no tiene una respuesta filosófica. La verdad queda así preservada de toda mácula, no porque se materialice de forma alguna, sino todo lo contrario, porque es una realización del pensamiento. La verdad queda intacta como realidad filosófica en la proposición de que aquellos que pasan su vida ganándosela son incapaces de vivir una existencia humana.
Resumiendo, podemos decir que el trabajo es hoy el lugar del conflicto entre libertad y necesidad. Es un lugar de conflicto que ha sido formado por intereses y devenires históricos, y que limita enormemente la “experiencialidad” del ser humano, a quien sin ningún pudor se le denomina ya capital humano. Quizás lo más dramático sea la institucionalización de la necesidad, ese entramado jurídico-social que se ha formado en torno a esa realidad ineludible que es la necesidad. No queremos decir que la necesidad sea de por sí mala, la necesidad es el anverso de la libertad, tan unida a esta como la noche al día. Nunca podrá desaparecer completamente, la condición humana incluye la necesidad. Pero creemos que la dirección que ha tomado el mito del trabajo es altamente perjudicial pues niega la propia idea de autonomía que debiera regir los movimientos del sujeto.
Foto de Anika Sancho
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