He de confesar que la primera vez que leí un plan de empresa me salté toda la parte económica. Sinceramente la clasificación y organización de los gastos e ingresos en torno a conceptos técnicos no me parecía algo apasionante. Además mi visión no economicista de la realidad, tanto en la esfera profesional como en la personal, también hacían que le restase importancia a esta parcela. Hasta aquel momento mi ámbito laboral había estado ligado al terreno sociocultural y la valoración de los proyectos que llegaban hasta mis manos o que ponía en marcha por iniciativa propia ponían el acento en cuestiones, en general, de índole inmaterial. Trabajando desde la administración pública nunca se puede obviar el presupuesto, puesto que la gestión de fondos comunes implica una responsabilidad y un cuidado extremo, pero los índices económicos clásicos y, sobre todo, la generación de beneficios monetarios, se convertían en aspectos bastantes irrelevantes frente a otros como el compromiso ciudadano, la vinculación con el entorno o el desarrollo comunitario. Era comprensible, por lo tanto, esa selección natural que hizo mi cerebro.
Siendo ya consciente del nuevo entorno en el que me movía, se hizo evidente que los cuadros económicos eran algo más que secuencias de números ordenadas de una forma determinada. Su presencia estaba más que justificada y no podían obviarse sin más. Si hablamos de poner en marcha nuevos negocios necesariamente deberemos trabajar esta parte porque, más allá de buscar una rentabilidad mayor o menor, la sostenibilidad de la empresa es obligatoria. Y esto incluye el sueldo de la persona o personas que lo desarrollan porque no se puede olvidar que tenemos la mala costumbre de comer todos los días.
Lo más curioso de todo es que, con la perspectiva del tiempo y el respaldo de lo aprendido por el camino, vuelvo a estar en el mismo punto que al comienzo o, mejor dicho, sigo convencida de que para valorar proyectos emprendedores, junto con los aspectos económicos, hay otras cuestiones igual o más importantes y definitorias para el éxito del proyecto. El desarrollo de la idea a través de la definición del público al que se dirige y del problema que va a solucionar, el proceso de elaboración del producto y/o servicio, los canales o medios que se van a utilizar para su distribución… Usando los términos de moda podría hablar de “innovación” para los casos en los que se plantea hacer las cosas de forma diferente o de “enfoque social” para los que buscan un impacto positivo en su entorno. Sin mencionar al mayor valor añadido o “activo”, como se diría en términos económicos, de cualquier proyecto emprendedor: la cara que se esconde detrás de todo; La persona que decide poner en marcha la iniciativa y su motivación, habilidades, capacidades…
En definitiva, aunque hablemos de actividades económicas hoy más que nunca tengo claro que para ayudar a su puesta en marcha hay que valorar lo importante.