Pensando en el Mobile World Congress que se celebró hace poco en Barcelona, llegan a mi mente, casi sin avisar y con poco orden, cuatro de las reflexiones que en los últimos tiempos se han propuesto para analizar de dónde vienen y a qué escenarios nos conducen las nuevas tecnologías. Se inscriben en otras tantas líneas de fuga que se cruzan, refuerzan y contradicen en bastantes puntos.

El tecnólogo Ray Kurzwill, tan absolutamente rendido ante el imparable avance de la técnica como lo ha estado siempre el liberalismo, aventura una “singularidad” en la que los avances en genética, nanotecnología y robótica facilitarán que la biología se inscriba en una nueva tecnología que desde finales del 2020 ya habrá incorporado y superado a la inteligencia humana. A partir de ese momento los nuevos procesos inteligentes progresarán infiltrándose en los patrones de materia y energía del universo para lograr que este adquiera conciencia y “despierte”. Según nuestro futurólogo todos estos cambios llegarán muy pronto porque el proceso evolutivo de la tecnología es más que exponencial. En efecto, cada dos años aparece una nueva generación de chips que proporciona el doble de componentes, multiplica por dos tanto su potencia por unidad de coste como su número y todo ello provoca cambios cada vez más acelerados de paradigmas que incrementan más todavía la velocidad y potencia del cambio.

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Ilustración de  Fernando Bayo

Hay otros investigadores con la misma confianza en la técnica pero que prestan atención a algo que muchos expertos, como Kurzwill, apenas consideran: los importantes cambios que los avances generarán en la economía. Jeremy Rifkin, antiguo asesor de la Comisión Europea y del propio ex presidente español Rodríguez Zapatero, es uno de ellos. Después de haber pronosticado el fin del trabajo y la llegada de la era del hidrógeno, sugiere que está en ciernes la “sociedad del coste marginal cero”, en la que el “procomún colaborativo” ha de ocupar un lugar central gracias a los avances que se están produciendo en las energías (renovables), las comunicaciones (internet) y las manufacturas (impresión 3D), pues en todos esos ámbitos, gracias a la desinteresada colaboración entre particulares, la diferencia entre el valor de lo que se produce y lo que cuesta dicha producción está aproximándose a cero, lo cual hace que todo tienda a ser gratuito, los beneficios se evaporen y, en fin, el capitalismo tenga los días contados.

 

Imagen de Susana Vacas
Ilustración:  Susana Vacas

Pero no es sólo la economía colaborativa la que arrincona de un modo quizás irreversible al capitalismo. Nuestro viejo sistema económico, como observa el analista y periodista Paul Mason, ya ha agotado por si sólo su capacidad para adaptarse. Primero, porque la informática ha reducido la necesidad de trabajar y ha difuminado la diferencia entre el trabajo y el tiempo libre, así como la relación entre trabajo y salarios, asuntos que están en los cimientos morales del capitalismo. Segundo, porque los bienes informacionales corroen la capacidad del mercado para establecer precios en términos de oferta y demanda, ya que si los mercados se basan en la escasez, la información es no sólo abundante sino ilimitadamente disponible. Y en tercer lugar, porque el capitalismo ya no sabe cómo hacer crecer los beneficios. En efecto, desde los años 80 las empresas han dejado de financiarse a través de los bancos porque acuden a los mercados financieros abiertos, lo cual ha hecho que los bancos persiguieran a los consumidores a base de tarjetas de crédito, hipotecas y todo tipo de préstamos en busca de una nueva fuente de rentabilidad que no ha cesado de crecer porque con esos “servicios” se ha creado un amplio abanico de derivados financieros. El problema es que como los ingresos que los particulares obtienen a través del trabajo para alimentar esos derivados son cada vez menores y los bancos tienen problemas de liquidez crónicos, todo el nuevo mercado financiero corre el riesgo de saltar por los aires, algo que ya ocurrió el 2008. El problema se podría solucionar poniendo freno a la financiarización, pero las instituciones han hecho lo contrario: inyectar 12 billones de dólares creados de la nada. El capitalismo no parece que vaya a ser capaz de enmendarse y salir del pozo porque no tiene otro modo de procurarse tan grandes beneficios. Sobre todo en un momento en el que la economía colaborativa en alianza con internet le están robando cada vez más espacio. De modo que a nuestro sistema no le queda más camino que el suicidio a base de crisis.

Hay otras investigaciones que, si bien coinciden con las de Rifkin y Mason en reconocer la importancia del procomún, tienden a explicarlo dando más valor a las formas de organización que a las tecnologías o a la crisis del capitalismo. Es el caso Elinor Ostrom, flamante Nóbel de Economía el año 2009. Después de haber investigado los complejos y eficientes principios que rigen la gobernanza política y económica de los bienes comunes tradicionales (sistemas de riego, pesca, pastos, montes, etc.) se aventuró con algunos de los contemporáneos, como el conocimiento, que se diferencia de los anteriores en que, por un lado, en la mayor parte de los casos, no tiene un carácter sustractivo (pues los usos de una persona no reducen los beneficios de otra) y, por otro lado, como tiende a ser acumulativo, una cantidad infinita de él siempre estará a la espera de ser descubierta por las generaciones futuras. En la autoorganización de lo procomún tradicional, se tienen en cuenta las necesidades y condiciones locales, los individuos afectados por las reglas pueden participar en su modificación, el derecho de los miembros de la comunidad para idear sus propias reglas es respetado por las autoridades externas, hay un sistema de auto-monitoreo de la conducta de los miembros y todos ellos tienen acceso a mecanismos de resolución de conflictos de bajo coste. En la autoorganización del conocimiento procomún que se ha puesto en marcha gracias a internet hay una permanente lucha de quienes realizan acciones para asegurar el libre acceso a la información contra las patentes y copyright que imponen las corporaciones. Además, las nuevas tecnologías son capaces de capturar lo que una vez fueron bienes públicos libres y abiertos, lo cual crea un cambio en la naturaleza del recurso y aparece la exigencia de administrarlo, monitorearlo y protegerlo para asegurar su sostenibilidad y preservación. Añade Ostrom que el procomún tradicional y el postindustrial comparten la necesidad de una acción colectiva fuerte y un alto grado de capital social.

Finalmente, en la misma dirección colaborativa y procomún anda cierto postmarxismo. Arranca de la lectura de un pequeño texto (“Fragmento sobre la máquina”), en el que el Marx de los Grundisse aseguraba que la inteligencia colectiva incorporada a las máquinas se había convertido en la principal fuerza productiva, relegando al trabajo a un lugar secundario, lo cual provocó que apareciera como nuevo objeto de explotación del capital y antítesis política, ya no el obrero sino la multitud, pues es ella y no aquel la portadora y productora de valor. Hoy, la explotación abarca cada vez más habilidades lingüísticas, comunicativas y hasta éticas que están más claramente depositadas en la vida ordinaria de las gentes y multitudes. Añade un cualificado analista de este asunto, el italiano Paolo Virno, que lo singular de la nueva fuerza productiva frente al punto de vista del marxismo clásico es que en ella, como sucede en general en las ejecuciones virtuosas, las que llevan a cabo los artistas intérpretes, “el producto es inseparable del acto de producción”. En este nuevo escenario, los métodos de lucha política han de ser, por necesidad, para ser efectivos, también virtuosos. Van desde el éxodo y la desobediencia civil hasta los que inspiran el free jazz, la interferencia de William Borroughs, el pánico de Canetti, los órdenes por fluctuaciones de Prigogine, la guerrilla difusa de Lawrence de Arabia, la niebla de Boris Vian y, sobre todo, el arte. En efecto, como reconocen los guerrilleros de la comunicación, muchas de las acciones políticas, desde los fakes y snippings, hasta los happenings y el teatro invisible pasando por los flashmobs, hay una importante huella de las más heterodoxas vanguardias artísticas del siglo XX. De hecho, se ha llegado a decir respecto al 15M español que los conceptos con los que trabajaba, las formas que tomaron las protestas, el sentido de lo común que se exhibió y la propia experiencia sensible activada, provenían de “un chapuzón de la política en el arte”.

Los escenarios futuros que soñó el MWC participaban explícitamente de la tecnofilia liberal. Sin embargo, como en otros años, nada dijo de la crisis del capitalismo, la emergencia de la economía colaborativa y de las transformaciones de la política que en secreto le acompañan. En las novelas de ciencia ficción suele ocurrir lo contrario. La tecnología no suele ser tan positivamente valorada y las referencias a inestabilidades sociales, políticas y económicas son constantes. Uno de los últimos y mejores ejemplos es El problema de los tres cuerpos, un sorprendente y multigalardonado best seller escrito el 2006 por Cixin Liu.

 

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Autor: José Angel Bergua Amores es sociósofo. Le interesan las fratrias, las anarquías y las demopoiesis

 

IC4RO

IC4O reúne a 22 gentes provenientes de la sociología y la filosofía de ocho universidades españolas, así como a varios artistas. Se interesan por la creatividad e innovación sociales e igualmente por el papel que pueda tener el arte en todo ello. Desde hace unos cuantos años vienen colaborando en varias investigaciones e intervenciones sociales.

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