Desde diversos colectivos feministas de base se ha recogido y reflexionado en los últimos años sobre una demanda que ya venía de lejos: en un contexto de precariedad laboral y de huelgas en distintos entornos de trabajo, incluidas huelgas generales, las feministas veníamos contemplando la organización clásica de estos paros e inevitablemente nos preguntamos: ¿y las mujeres?
Dice Silvia Federici que ya en los años setenta el cuestionamiento desde el feminismo a las huelgas clásicas era éste; mientras los hombres hacían huelga en sus puestos de trabajo, las mujeres continuaban trabajando. Ellas planteaban que únicamente cuando las mujeres se pusieran también en huelga sería verdaderamente posible hablar de una huelga general. Ahora bien, ¿por qué ellas no estaban en la huelga? ¿Dónde estaban entonces?
Las huelgas generales, tanto en los setenta como hoy en día, abren un paraguas de lucha a todo aquello que llamamos trabajo productivo. El trabajo productivo es aquel que se realiza con la finalidad de obtener beneficios materiales: es el que se da en la esfera pública (asumida como masculina) y se rige por criterios de poder, competitividad y propiedad, y que está enmarcado en las reglas de producción capitalistas.
Para entender qué relación tiene ésto con la crítica feminista, hemos de atender primero a dos factores: primero, que las personas ausentes (o menos presentes) en el mercado de trabajo productivo, sí lo están mayoritariamente en otro tipo de trabajo, el trabajo doméstico y reproductivo, y éste trabajo tiene rostro de mujer. Es en la esfera privada (asumida como femenina) donde se sitúa; consiste en el sostenimiento de la vida de las personas. En todo el trabajo, gestión, acompañamiento y organización que requiere la vida humana. El segundo factor para entender la crítica desde el feminismo reside en poner sobre la mesa las condiciones de la incorporación de la mujer al trabajo remunerado. Muchas mujeres de hecho sí que están en la esfera productiva, pero de manera mucho menos presente que sus compañeros; hay menos, trabajan menos horas, en peores condiciones laborales, y proporcionalmente están más presentes en los trabajos “en negro” (sin cobertura legal, social o sindical).
El primer punto es crucial, ya que nos lleva a negar la idea hegemónica de que quien no realiza una actividad remunerada, no trabaja. Nos lleva a pensar en el “trabajador champiñón”, de Amaia Pérez Orozco, “aquel que brota todos los días plenamente disponible para el mercado, sin necesidad aparente de curas propias ni responsabilidades sobre cuidados ajenos, y desaparece una vez sale de la empresa”. ¿Es del beneficio material del que viven únicamente los seres humanos? La respuesta es un no rotundo. Y el trabajo extra que comporta este mantenimiento de la vida humana, es y ha sido siempre eminentemente femenino y feminista. Esto nos lleva al segundo punto: ¿es que son las dos categorías de trabajo excluyentes la una de la hora? Es decir; ¿las mujeres que participan en el mercado de trabajo dejan de realizar el trabajo doméstico? La respuesta es de nuevo no. Nos plantea Cristina Carrasco qué pasaría si una extraterrestre viniera, sin previa información sobre cómo nos organizamos en la tierra, a observarnos. Y señala que lo primero que se preguntaría es una cosa de aparente sentido común: ¿cómo es posible que las madres y padres tengan solo un mes de vacaciones, y las criaturas cuatro meses? ¿Cómo es posible que los horarios escolares no coincidan con los familiares? En resumen, ¿cómo puede organizarse una unidad familiar?
La familia nuclear pone de manifiesto la tensión que hay entre los dos campos productivo y reproductivo. Lo que Carrasco quiere decir con este original planteamiento son dos cosas; que nuestro sistema de reproducción en si mismo es muchas veces incompatibles con el trabajo de cuidados, y quiere, dentro de una familia nuclear, que alguien haga un sacrificio en pro del hogar (que, por los desiguales roles de género tradicionales, casi siempre somos las mujeres). Y por otro lado, nos explica cómo nuestro sistema socio-laboral (capitalista) ha devaluado u obviado estos trabajos. Es por ésto último que Federici señala la necesidad de integrar una perspectiva anticapitalista en nuestras agendas feministas: la economía feminista ha de integrar varias perspectivas críticas, como el ecologismo, el antirracismo, el anticapitalismo, todas ellas absolutamente ligadas entre sí, para no asumir modelos patriarcales y de nuevo deshumanizados en cuanto a usos del tiempo, recursos, valores y prioridades.
Así, las feministas que pedimos una revisión crítica de las huelgas generales y de la noción de trabajo, reclamamos un nuevo abanico de acciones que permitan visualizar y combatir las especificidades que presenta la precariedad y el sistema en cuanto al mantenimiento de la vida humana; pensamos en una huelga de cuidados como estrategia para poner el jaque al sistema en su totalidad.
La propuesta de la economía feminista pasa por reconsiderar de una manera más global las relaciones que imperan en la sociedad, el trabajo, el sistema y el entorno; proponemos optar por la vida humana como centro a raíz del cual gire todo lo demás. Un sistema adaptado al mantenimiento de las personas, y no unas personas adaptadas al mantenimiento de un sistema.