¿Cómo aguja, hilo y tela puede transformarse en armas contra la opresión? Bordando. Amar, pensar, crear. Trasgredir el papel de bordar, que históricamente ha servido para reforzar el lugar en el que se espera que las mujeres estemos: dentro de casa, en silencio, invisibles.

A través del tiempo el bordado ha sido utilizado como arma para luchar contra la opresión. El bordado y el arte textil tienen un componente de construcción colectiva de la identidad, que pasa por un reacomodamiento metafórico material de la relación con la autoridad hetero-patriarcal al gestarse la construcción de saber desde las manos. El ritmo del bordado es armónico con la biomecánica del cuerpo, lo que propicia la construcción de solidaridades afectivas reconociéndonos y vinculándonos desde nuestros propios cuerpos.

En el marco de resistencia política el bordar se convierte en un símbolo indiscutible de ser mujer. Representa una fuerza hacia el futuro, una forma de lucha que garantiza la continuación de la existencia del pueblo. Como en las mujeres Ainu que conservan de generación en generación la memoria de su pueblo en poemas bordados en sus trajes. O las banderas, pancartas y estandartes bordados con consignas, empleadas por las sufragistas en sus protestas callejeras, pidiendo el voto para las mujeres.

Bordar: entretejer hilos de resistencia convertidos en seres con historia, en nuestros hijos desaparecidos, en nuestros cuerpos usurpados, en nuestra habita natural destruida. A través de una técnica de bordado conocida como “arpillera”, que tiene sus orígenes en la resistencia contra la dictadura militar chilena, las mujeres latinoamericanas procesamos nuestros duelos.

Una de las precursoras de esta técnica, Violeta Parra, declaró en una entrevista que “las arpilleras son como canciones que se pintan”, son un texto no verbalizado. Las arpilleras, nacieron en Isla Negra, Chile, como fuente de subsistencia para las mujeres. Sin embargo, los días sombríos de la represión militar en el país, transformaron el bordado en una verdadera arma contra el gobierno comandado por Augusto Pinochet. Con las ropas de sus parientes desaparecidos, mujeres de los suburbios de Santiago denunciaron las diversas violaciones de derechos cometidas contra aquellos que se posicionaron en contra del régimen.

A través de sus “periódicos en tela”, las chilenas consiguieron dar a conocer al mundo el horror que vivían. Es así como pasó el bordado de Arpillera de trabajo invisible a herramienta política. Esta misma técnica ha sido rescatada en otros lugares del continente. En Brasil las mujeres la han utilizado para contar las violaciones cometidas a su pueblo y a sus cuerpos en la construcción de represas por parte de empresas transnacionales. En Colombia es parte integral del proceso de paz, desde una dimensión de denuncia social de las masacres y violación de derechos humanos cometidos a la población civil, pero también de sanación de heridas sociales para urdir una convivencia post-conflicto.

La fuerza y potencia de los bordados son también una manera de expresar la creatividad y de plantear cuestiones que se consideran tabú: la masturbación, diferentes tipos de cuerpos, la sexualidad, el género, la libertad, la maternidad, la vejez, la violencia contra la mujer… Es así como las artistas feministas han hecho un uso político de las prácticas textiles e iniciaron un debate contra la cultura patriarcal dominante. En el marco del feminismo, los tejidos, más allá de su valor cultural, son concebidos como el lugar de producción de significados culturales de todo tipo: religiosos, políticos e ideológicos.

La pregunta generativa del arte textil feminista no es ¿quién soy yo? sino ¿quiénes somos nosotras? Cambiando de una dimensión individual a explorar la identidad colectiva de las mujeres. Por eso, el tema del cuerpo femenino fue y sigue siendo uno de los primeros asuntos de identidad compartida en explorarse. Otro de los temas centrales del arte textil feministas es la protección del medio ambiente y la renovación espiritual del mundo moderno.

Para terminar recomendamos la lectura del libro de Rozsika Parker, “The Subversive Stitch: Embroidery and the Making of the Feminine”,  en el que se analiza a través del bordado las ideas de feminidad y los papeles adscritos a las mujeres desde la época medieval. La autora examina la creencia de que “las mujeres bordaban porque eran femeninas por naturaleza y eran femeninas porque bordaban por naturaleza”, revela la artificialidad de esta idea, explicando la creación de la feminidad como algo sociológicamente construido e inestable, que tiene significados diferentes según las clases, las culturas y los siglos.

Las mujeres bordamos para transgredir, resistir y construir identidad, comunidad, saber: para respetar la vida. El bordado y sus lenguajes son una tecnología cercana a la ingeniería y una ciencia basada en el ritmo pausado de la respiración acompasado por el movimiento rítmico de la aguja y el hilo entrando en la tela. Levedad en estado puro que hace frente a regimenes dictatoriales, sistemas económicos desbastadores, y sistemas ideológicos feminicidas.

 

Este es un artículo de Mercy Rojas Arias

 

María Añover López

Doctora en Relaciones de Género y Máster en Gestión de Políticas y Proyectos Culturales por la Universidad de Zaragoza. Activista feminista desde mis primeros años en la Universidad del País Vasco, en la cual cursé Antropología Social y Cultural, he colaborado en diferentes proyectos y planes destinados a terminar con la violencia machista y el heteropatriarcado en Aragón . Además de realizar artículos en revistas especializadas de investigación, sobre la situación de los diferentes sujetos políticos feministas y las reivindicaciones y luchas en contra de la discriminación por género, especialmente en temas vinculados con las economías feministas y nuevas formas de emprender. Actualmente, trabajo como Mediadora de Innovación y Emprendimiento (MIE) en Zaragoza Activa(ZAC) y CEMINEM ( Universidad de Zaragoza), desarrollando el proyecto Red de cuidados, es decir, poniendo en el centro la sostenibilidad de la vida.

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