(Opinión personal publicada el 21/10/2013 El País. En el Blog de Alternativas)

Demasiadas veces España me recuerda a ese parque de atracciones abandonado que aparece en toda película de zombis que se precie. La orgía urbanística nos ha dejado en herencia cientos de macro espacios culturales que hoy se erigen monumentales pero completamente vacíos de contenidos, y sobre todo, sin personas.

Conviene sin embargo que dejemos de lamernos las heridas y emprendamos planes de acción a corto plazo. Sólo hay un despropósito más grande que la construcción de un macro centro que no era necesario, y es dejarlo morir de inanición una vez que ya está terminado.

Al contrario que en las películas de zombis, nuestro país cuenta con un capital humano increíble, el recurso estratégico más importante de todos. Hoy además disponemos de tecnologías sociales que permiten explotar de forma eficiente las inteligencias colectivas.

Por ello debemos repensar los equipamientos públicos, trascender la lógica de edificios como meros mercados de consumo cultural, para transformarlos en centros de prosumo donde el ciudadano se convierte en productor y consumidor al mismo tiempo. Las claves nos las han dado las redes: Intercambio entre iguales (P2P, crowd), transparencia, democracia deliberativa y cultura abierta (open source, open goverment) y planificación de abajo a arriba (buttom up).

Una lección interesante de las películas de zombis y sus escenarios post apocalípticos, es el retrato de la vuelta a la vida comunitaria, donde los colectivos se auto organizan, reciclan las herramientas más rudimentarias con sorprendente eficacia y generan economías colaborativas y sostenibles. Hace ya unos años que a estos procesos les llamamos innovación social, un fenómeno que no deja de crecer y ha comenzado a crear verdadero valor económico, social y cultural, mucho más allá de la anécdota en nuestros power points.

Cuando aplicamos estas ideas a la gestión de los centros culturales nos viene enseguida a la cabeza el modelo de la autogestión, y personalmente pienso que es un paradigma que va avanzar de forma imparable. Sin embargo, no podemos pasar de una cultura dirigida y monolítica a una abierta y expandida sin un periodo de transición.

En esa transición se hace preciso generar espacios híbridos, donde confluyan programas tutelados al servicio de las estrategias globales de la ciudad, con otros completamente maleables y autónomos. En Zaragoza Activa lo estamos intentando con La Colaboradora, integrada dentro de La Azucarera.

Quizá este retorno a la comunidad combinado con la poderosa inteligencia colectiva, solucione en parte el grave problema de desafección ciudadana. Al menos merece la pena intentarlo.

Raúl Oliván Cortés. Gestor público. Licenciado en Publicidad y diplomado en Trabajo Social. Especializado en participación y comunicación social

Raúl Oliván

Director de Zaragoza Activa. Hacker inside. Me interesa la economía colaborativa y la innovación social. Escribo más cosas desde www.raulolivan.com

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