La historia a continuación es ficticia, pero está inspirada en hechos que ocurren en infinidad de empresas a diario. Con ella, vamos a entender la necesidad de aplicar ‘Design Thinking‘ en nuestros negocios.
Historia del producto que nadie quería:
Érase una vez una empresa que quería sacar un producto nuevo con el objetivo de cambiar el mundo.
Cada día, sus trabajadores luchaban codo con codo para que su invento fuera mejor. Se pegaban horas estudiando materiales, funcionalidades y hasta el color más adecuado para su producto. Hacían innumerables encuestas internas entre sus trabajadores, para así asegurar que su nuevo producto triunfara como la Coca-Cola.
Un buen día, se sintieron preparados para el lanzamiento y gastaron millones en publicidad y en presentaciones. Hasta hubo una gran fiesta con champán, fresas y unos taquitos de roquefort. Tras el lanzamiento, todos permanecieron muy atentos a las evoluciones de sus ventas. Esperaban grandes éxitos del producto que habían creado con tanto mimo y cariño.
Cuando obtuvieron los primeros resultados, se quedaron horrorizados al ver que las ventas estaban muy por debajo de lo estimado. ¿Qué demonios estaba pasando? ¿Quién les estaba boicoteando? ¿Quién tenía la culpa de semejante desastre? No entendían nada, pero desde luego estaban seguros de algo: la culpa no era de ellos. Todos eran expertos en su rama. Habían estudiado una carrera en la universidad, un máster en otra universidad y un MBA a distancia. Si algo sabían, es que lo sabían (valga la redundancia) todo sobre la creación de productos, servicios y marketing.
Por eso, siguieron haciendo lo de siempre. Se reunían los CEOs y los jefes de área. Los directores de marketing pedían consejo a consultores acostumbrados a arreglar desperfectos empresariales. Eran muy buenos ya que habían escrito varios libros sobre cómo crear productos geniales.
Tras muchas semanas de debates infinitos, determinaron que el producto que habían sacado era demasiado pesado. Debían rebajar el peso 5 gramos y cambiar el color de la carcasa a uno más rojizo. Así, la gente lo vería más fácilmente aparte de pesarle menos en el bolsillo.
Volvieron a producir su invento con esos cambios y redoblaron esfuerzos en su campaña de marketing. Esta vez no hicieron ninguna fiesta con champán ni taquitos de roquefort porque no querían despilfarrar dinero tontamente.
Tras unas semanas, llegaron los resultados de sus ventas. No solo no habían subido, sino que habían bajado un 3%. ¿Cómo era posible? El producto costaba menos, era más bonito y pesaba 5 gramos menos. La única respuesta que tenían ante esta situación es que la gente hoy en día “no sabía lo que quería”.
Fueron pasando los meses y todo siguió igual. Bueno, menos el ambiente en la empresa. Del champán pasaron al whiskey para olvidarse de los problemas; de la sonrisa a la queja y del optimismo al pesimismo más absoluto.
Un buen día, los jefes se reunieron y decidieron hacer un ERE. Era la única solución para mantener a flote la empresa. Por supuesto, los primeros en irse fueron los empleados de abajo. Aun así, poco cambió la situación. Tan poquito que al cabo de unos meses, la empresa cerró. Sus empleados buscaron trabajo en otras empresas, y los jefes se fueron diciendo que “de los grandes fracasos se aprende“.
Pero, ¿habían aprendido algo realmente? ¿Sabían dónde radicaba la razón de la quiebra de una empresa llena de ganas de cambiar el mundo? La razón estaba delante de ellos, pero nunca la quisieron ver. Quizás algún día hagan un taller de ‘Design Thinking’ y comprendan el orden en que se deben hacer las cosas.
Solución a nuestra historia ficticia:
Solución: ahora las empresas ya no sacan un producto para que le guste a la gente “por arte de magia”. No, primero investigan lo que realmente necesitan las personas. Intentan empatizar con sus consumidores con sencillos procesos capaces de resolver problemas. Para conseguirlo, utilizan una metodología de la que mucha gente habla: el ‘Design Thinking‘. Esta técnica consiste en centrarse en las personas para crear productos o servicios capaces de resolver problemas. Es una metodología de sentido común. Fácil de aprender y práctica. Con ella, comprendes mucho mejor a tus clientes, identificas nichos de mercado y oportunidades que aún no se han explorado.
No des por hecho que lo sabes todo sobre tus clientes, al igual que los protagonistas de esta pequeña historia. Mejor investiga lo que realmente necesitan y transforma las oportunidades en ideas.