¿Cómo decide una sociedad la seguridad que espera alcanzar, los peligros que quiere conjurar y los riesgos que debe asumir? En las sociedades primitivas es considerado peligroso aquello que amenaza con introducir ambigüedades o anomalías en los complejos órdenes simbólicos que sirven de sostén a la vida social. Para protegerse de tales peligros estas sociedades disponen de reglas y tabúes que definen órdenes y desórdenes relativos a la higiene, la salud, la alimentación, la sexualidad, los contactos personales, etc. No obstante, también se ha observado que en el desorden de lo indistinto y lo caótico hay igualmente para los primitivos una potencia benéfica pues “el hombre que regresa de esas regiones inaccesibles trae consigo un poder que no se encuentra a disposición de aquéllos que han permanecido bajo el control de sí mismo y la sociedad”. Hay pues en lo peligroso una potencia ambivalente, capaz tanto de disolver como de reforzar el orden social, que los primitivos temen y reverencian y que identifican con lo sagrado.
El problema para los modernos es que la evaluación de los peligros, riesgos y seguridades ha sido definida de un modo muy profano y muy exigente. Según Jünger, el burgués, llevado por un antiquísimo “afán de seguridad” (el más alto de sus valores), se ha dedicado a “obturar el espacio vital” para impedir que “lo elemental” (lo “irracional” y lo “inmoral” sin más) irrumpa. “La situación ideal de seguridad que el progreso aspira a alcanzar consiste en que el mundo sea dominado por la razón, la cual deberá no sólo aminorar las fuentes de lo peligroso sino también, en última instancia, secarlas”. Y esto en relación tanto a los peligros naturales como a los peligros políticos interiores y exteriores e incluso a los peligros de la vida privada.
En efecto, ese ideal de seguridad, que será logrado con el “cálculo”, tendrá como objetivo lograr, en lo político, “que la población esté formada por una humanidad unitaria fundamentalmente buena y también fundamentalmente razonable y, por ello también, fundamentalmente asegurada”. Los Big Data son la última versión de esa fantasía que los apólogos del control anhelan, los críticos temen y, afortunadamente, debido a que los acontecimientos no se pueden prever y controlar, ambos yerran. Respecto a los peligros ecológicos, comenta el autor alemán que “el triunfo del mundo burgués ha encontrado su expresión en el empeño de crear Parques Naturales en los cuales se conservan, cual curiosidades, los últimos restos de lo peligroso o extraordinario”. Y por lo que a la vida anímica respecta se ha tratado de “encerrarla en el círculo donde ejerce su dominio la conciencia” con ayuda de distintas ciencias y técnicas. Para ello, en 1980 la Asociación Psiquiátrica Norteamericana creó una guía de enfermedades psiquiátricas conocida como DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders). En sus sucesivas entregas se han incluido cada vez más enfermedades que han reducido la salud a muy poca cosa, que ha delatado la estrecha franja de orden en la que nuestro mundo ha decidido instalarse y que es resultado de un intrincado tráfico de influencias e intereses. Por ejemplo, algún timorato sugirió introducir la “adicción a Internet” y muy pronto aparecieron grupos que presionaron para incluir la nueva enfermedad en la lista, lo cual facilitó que apareciera un amplio mercado de especialistas y de teorías para tratarla. Más tarde, ciertos grupos de feministas lograron eliminar el “trastorno sádico autodestructivo”, pues temían que pudiera ser utilizado como disculpa del maltrato doméstico. ¡Tras someterlo a votación, la Asociación lo declaró inexistente!. De igual modo apareció el “trastorno por stress postraumático”, incluido en la lista tras la presión de los excombatientes del Vietnam, que querían cobrar subsidios sin ser diagnosticados de histeria de disociación. Más tarde ocurrió lo mismo con el mobbing, en realidad un problema social que ya está siendo medicalizado, sometido a tratamiento profesional y, por lo tanto, extraído de la arena del debate y controversia políticos. En fin, que la “producción” de enfermedades va íntimamente unida a la imposición y/o negociación de un orden social que cada vez ve más peligros y desea más seguridad.
La traducción científico-técnica de los peligros indominables en riesgos previsibles y controlables es una traducción de lo exterior a lo instituido muy similar a la que ensayaron los primitivos a través de lo sagrado. Sólo cambia la mirada encargada de decidir qué es lo peligroso, cuál es la seguridad a alcanzar y cómo se administrará homeopáticamente esa exterioridad para beneficio del orden social. Si en las sociedades primitivas todas esas operaciones se realizan activando códigos que remiten a lo sagrado, en el caso de las sociedades modernas la definición de las seguridades y de los peligros se realizará en términos científico-técnicos. En efecto, los “sistemas expertos” se encargarán de sugerir tanto a los yoes como a lo social en su conjunto qué conviene asegurar y qué peligros son más amenazadores. Después, ciertos dispositivos técnicos se encargarán de proporcionar los medios necesarios para lograr la seguridad. El tratamiento cientifico-técnico de los peligros producirá riesgos, descripciones acerca de la probabilidad de que el orden interno quiebre, que han dado lugar a una infraestructura evaluadora y reparadora cada vez más importante. Así pues, del mismo modo que en las sociedades tradicionales los nativos se benefician de los peligros convirtiéndolos en algo sagrado que puede incrementar la vitalidad de lo social, así también las sociedades tardomodernas enriquecen su orden interno gracias al aseguramiento y prevención de los riesgos. Por eso dice Beck que en nuestras sociedades prevalece la producción de riesgos sobre la producción de bienes.
No obstante, el plan burgués de ordenación del mundo ha tenido efectos perversos pues, “en igual proporción que el orden sabe expulsar de sí el peligro, en esta misma medida tórnase éste más amenazador y mortal”. Es por esto que la implantación de un yo cada vez más consciente y racional ha permitido la creación de cada vez más patologías psicológicas, la cada vez más exigente uniformización de las conductas nuevas desviaciones y el intento de dominar más exhaustivamente el entorno natural mayor riesgo de catástrofes ecológicas. La forma que adquiere el retorno de esas fuerzas indómitas o heterogéneas de lo natural, social y subjetivo es la “anarquía”. Y añade Jünger que ese retorno de lo expulsado ha de dar lugar, una vez que se tome conciencia de su procedencia, a unos órdenes nuevos en los que esté incluido “lo extraordinario”. Unos órdenes que articulen de un modo distinto la vida y el peligro.
Dicho de otro modo, si los peligros naturales psíquicos y sociales son producto de la exigente ordenación de la sociedad moderna, su conjura no debería pasar por la articulación de ordenaciones suplementarias que residuarían cada vez más elementalidad y darían lugar a retornos anárquicos cada vez más peligrosos, sino por activar una estrategia de un tipo lógico distinto. Consistiría en desmontar o flexibilizar el orden actual, en permitir la coexistencia del orden y el desorden. En este nuevo mundo el DSM no tendría ningún sentido.