¡Conocemos a Cristina Quevedo y su proyecto de autoconocimiento!
Cómo lo que piensas, sientes y crees de ti mismo se refleja en cada venta.
Se habla mucho de estrategias de marketing, de embudos de venta, de productos irresistibles. Y todo eso es importante, sí. Pero hay un factor del que casi nadie habla y que es decisivo: el interior de las personas que venden.
En una empresa puedes tener a dos profesionales con el mismo guion, el mismo producto y el mismo precio. Y, sin embargo, los resultados no se parecen en nada. ¿Por qué? Porque cada uno lleva a la conversación algo más que un argumento: lleva su historia, sus miedos, sus inseguridades y su manera de relacionarse con el mundo.
Esto no es teoría. Se ve cada día en las empresas y también en quienes emprenden en solitario. La venta no solo refleja la estrategia: refleja la forma en que cada persona se relaciona consigo misma y con lo que está viviendo.
Si un cliente te dice “es caro” y tú estás con problemas económicos, lo más probable es que compres su excusa. No indagas, no preguntas, no vas más allá. En realidad, no es su objeción: es la tuya, la que ya llevabas encima antes de empezar la conversación.
Lo mismo ocurre cuando piensas que insistir es presionar. Con esa idea, en cuanto el cliente duda, te retiras demasiado pronto. Crees que estás respetando su espacio, pero en realidad estás abandonando la conversación porque no sabes sostener tu propia incomodidad.
Y en ocasiones, cuando llega el momento de decir el precio, si te incomoda, tu cuerpo te delata: hablas más rápido de lo normal, bajas el tono de voz o incluso apartas la mirada mientras lo dices. A veces, incluso un diálogo mental se cuela: “te va a decir que no en cuanto lo sueltes”. Ese pensamiento acelera tu pulso y cambia tu comunicación no verbal, aunque intentes disimularlo. Y lo que llevas dentro queda expuesto, porque la persona que tienes delante lo percibe al instante. Ahí se desata todo.
Cada venta pone sobre la mesa lo que llevas dentro. Tus creencias, tus miedos y tus dudas se filtran en cómo preguntas, en lo que callas y en lo que decides no ofrecer. Y el cliente lo percibe, aunque ninguno de los dos lo diga en voz alta.
Cuando alguien dentro de un equipo no revisa esas dinámicas internas, el impacto es evidente: más desgaste emocional, más frustración, menos confianza. Y al contrario: cuando una persona se siente segura y en coherencia, transmite calma, contagia confianza y multiplica las posibilidades de éxito.
Por eso, trabajar la parte interna no es un “extra motivacional”: es un factor clave de rendimiento. Una empresa que lo entiende deja de centrarse solo en enseñar técnicas y empieza a acompañar a sus equipos a reconocer cómo su mundo interno influye en sus resultados externos.
Y lo mismo pasa con quien emprende en solitario. No basta con tener un plan o una estrategia clara: si no revisas lo que pasa dentro, cada venta se convierte en un campo de batalla con tus propias dudas, miedos y proyecciones.
Porque al final, no vendemos solo un producto o un servicio: vendemos desde lo que creemos que somos.
Y ahí está el verdadero motor de cualquier empresa o emprendimiento: personas que confían en lo que ofrecen porque primero han aprendido a confiar en sí mismas. Ese es el trabajo que marca la diferencia y que nadie puede hacer por ti.
Como coach de programación neurolingüística y formadora especializada en autoconocimiento, Cristina Quevedo centra su labor en acompañar a personas que buscan liberarse de bloqueos emocionales y recuperar la confianza en sí mismas.
A través de talleres grupales, programas vivenciales y sesiones personalizadas, guía y ayuda a quienes quieren reconectar con su poder interior, sanar y avanzar hacia una vida más consciente, plena y en coherencia con lo que son.
“Una buena venta surge de una persona con confianza en ella, su servicio o su producto. Acompañarles en ese camino es lo que convierte una estrategia en resultados reales”, asegura ella.