Está claro que debemos trabajar lo más a gusto posible, aunque cuidado con idealizar los entornos laborales. Ya sabemos que a los responsables y compañeros de trabajo no los elegimos en la mayoría de los casos… ¡nos tocan! Y toca aceptar lo que viene en el pack. Pero, ¿cómo resolverlo de manera constructiva?

Todos tenemos cosas buenas y otras muy mejorables —sí. Tú también. No pongas esa cara—. Nadie es perfecto, aunque a veces lo creamos (o lo actuemos).

El roce hace el cariño, dicen. Y también genera conflictos. Ocurre en las familias y, por supuesto, en el trabajo. La clave está en cómo los gestionamos.

Nos toca aceptar a las personas tal y como son. Y cuanto más diferentes a nosotros, más difícil nos resulta conectar con ellas. Tienen otra forma de ver la vida, el trabajo, el mundo. Pero eso no las invalida: simplemente son distintas. Tú tienes tu forma de trabajar y resolver problemas. Es válida, claro, pero no es la única.

El gran error es centrarse en lo que nos separa. Lo inteligente es enfocarse en lo que nos une, para remar en equipo. El conflicto se agrava cuando lo llevamos al plano personal, y eso, créeme, es terreno pantanoso.

No siempre tenemos que tener la razón. A veces otra persona tiene una idea mejor, y saber reconocerlo no te debilita: te fortalece.

El rol que ocupas también influye. Cuando tienes un puesto de responsabilidad, tus palabras pesan más. Y no puedes mirar para otro lado: toca mediar, intervenir, resolver. Para eso te pagan más, entre otras cosas.

Aquí van algunas recomendaciones para gestionar conflictos de forma constructiva en las organizaciones:

Primero.- Relativiza. Es normal tener diferencias. No dejes que tu ego te nuble. A veces tendrás que hacer cosas con las que no estás de acuerdo. Si ya diste tu opinión y tu responsable decide otra cosa, la responsabilidad es suya. Asúmelo. No dramatices. Los conflictos forman parte del trabajo. Enfócate en resolver.

Segundo.- Acepta a los demás como son. Sí, te encantaría que fueran como tú, pero no lo son. Y no los vas a cambiar. Os toca encontrar puntos en común, aunque haya diferencias profundas. Actuad como personas adultas. A veces hay quienes se comportan como si estuvieran en parvulitos… ¡y eso no ayuda!

Tercero.- No lo lleves al terreno personal. Ahí es cuando todo se desmadra. Si algo te molesta, habla directamente con esa persona. Evita meter a terceros. Porque luego se tergiversan cosas, se amplifican los problemas y se crean versiones “de Netflix”. Cuanto más tiempo pasa, más difícil es encauzar el tema. Recuerda: ni los buenos son tan buenos ni los malos, tan malos. Dale objetividad al conflicto.

Cuarto.- Hablad como personas adultas y profesionales. Es mejor ir de cara: “Mira, no nos caemos bien, no vamos a ser amigos, pero nos toca trabajar juntos. Vamos a ver cómo lo hacemos lo mejor posible”. Reconocer lo bueno del otro también ayuda. Y eso de “yo con fulanito no trabajo” … perdona, pero te pagan para hacer tu trabajo, no para elegir con quién te apetece trabajar. Eso sí: exigir respeto y educación es innegociable.

Quinto.- Si no podéis solos, pedid ayuda. Un mediador objetivo dentro de la empresa puede hacer maravillas. Alguien neutral que os ayude a encontrar una solución. Pero la base sigue siendo la misma: hablar. No para soltar veneno, sino para resolver, con coherencia y voluntad por ambas partes.

Sexto.- Domina tus impulsos. No te dejes llevar por el calentón del momento. Lo que sale por la boca en un arrebato puede doler más que el conflicto en sí. Aunque tengas razón en el fondo, si las formas son un desastre, toca pedir disculpas. Una cosa no quita la otra. Menos reproches, más soluciones.

Séptimo.- Deja de juzgar. Los prejuicios son ese filtro que nos hace no soportar a alguien incluso antes de conocerlo. Todos los tenemos. Pero podemos elegir dejarlos a un lado. Da oportunidades, incluso a quien no se parece en nada a ti. Tal vez te sorprenda (o al menos podrás trabajar en paz).

Si vas a seguir trabajando ahí, toca aceptar la realidad y buscarle una solución al conflicto. Aunque sea por puro egoísmo o por salud mental. Porque si vas a tener que cruzarte con esa persona todos los días… más te vale hacerlo lo mejor posible.

Un baile de dos

Eso sí, poner de tu parte no significa hacerlo tú todo. La otra persona también tiene que poner interés. Resolver un conflicto es un baile de dos. Muchas veces los conflictos se enquistan por orgullo. Porque nos cuesta dar nuestro brazo a torcer. Pero saber dar marcha atrás demuestra madurez, profesionalidad y flexibilidad.

La clave está en centrarse en lo que nos une, mirar por los intereses de la organización y entender que, al final, estamos todos en el mismo barco. Si remamos en la misma dirección, nos irá mejor a todos.

Al final, los conflictos no son el problema. El verdadero problema es cómo los gestionamos… o cómo los dejamos pudrirse. Porque los roces no se pueden evitar, pero sí se pueden transformar en oportunidades de mejora, madurez y conexión.

La gran pregunta no es si vas a tener conflictos. La gran pregunta es: ¿qué vas a hacer cuando lleguen?

Algunas preguntas para tu reflexión final: ¿Prefieres tener la razón o encontrar una solución? ¿Estás dispuesto a escuchar lo que no te gusta o solo esperas que el otro cambie? ¿Te estás comportando como un profesional o como alguien que solo quiere ganar una batalla? ¿Te has parado a pensar en lo que aportas al conflicto y no solo en lo que hace mal la otra persona? ¿Y si ese desacuerdo fuera una oportunidad para crecer y no una amenaza?

Porque al final, trabajar en equipo no es llevarse bien siempre.
Es saber convivir, respetarse y construir juntos, incluso cuando no hay afinidad.

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