La cuarta revolución industrial que se anuncia presta mucha atención a la técnica pero dice muy poco de la economía colaborativa y nada en absoluto de la política postautoritaria que está viniendo. Se ha dicho que el término “autoridad” resulta de la unión del término latino augere (“aumentar”) y el sánscrito otas (“la fuerza de dios”), resultando como significado etimológico algo así como el aumento o crecimiento dirigido por una divinidad. Esta autoridad puede descansar en el poder o “fuerza” pero lleva implícito el hecho de que, por provenir de un ente superior (dios, en último término), puede ser legítima e independiente de la coacción. Esta idea es discutible pues puede interpretarse que la fuerza, poder o coacción simplemente han pasado de ser externos, visibles e impuestos a internalizados. Precisamente por esto, la fórmula nietzscheana “Dios ha muerto”, ha sido superada por la psicoanalítica “Dios es inconsciente”. El término líder es más claro y se presta a menos sospechas pues hace explícitamente referencia a un punto fijo exógeno que conduce, marca el camino, da las explicaciones, señala los significados correctos, etc. En este caso, el líder ejerce el poder y es obedecido porque posee un saber del que el resto carece. Pero más allá de los detalles, ambos términos, la autoridad y el liderazgo, apuntan a un sistema u orden de carácter jerárquico, en el sentido de que se organiza a partir de un “centro sagrado” (hieros + arjé). La lógica de este modo de funcionar está presente en todo el orden instituido, incluida la política, ya que es un subconjunto puesto en el centro y al que se le adjudica la función sagrada de velar por el conjunto de lo social. Con coacción explícita o interiorizada. Eso es lo de menos.
Por el motivo que sea los del 15M se levantaron no sólo contra el poder así entendido sino contra la propia democracia formal que tenemos en tanto que refugio último de dicho poder. El nombre con el que se dieron a conocer (“democracia real ya”) y los eslóganes más coreados (“lo llaman democracia y no lo es”, “no los votes pues no nos representan”) daban a entender que el demos y el kratos, la gente y el poder, partes o componentes de la democracia que padecemos, forman una conjunción imposible. Dicho de otro modo, la autoridad y el liderazgo son incompatibles con la presencia soberana y no simplemente testimonial de las gentes. De ahí los esfuerzos del 15M por apartarse de la lógica de la delegación y de la re-presentación (sustituir una presencia, en este caso de las gentes, por otra cosa, un re-presentante que elimina la presencia) y de ahí también el esfuerzo e interés por utilizar un instrumento que facilitara la autopresentación y que es la asamblea.
Su característica principal (me refiero a la asamblea) es que tiene una organización anárquica, pues, a diferencia de la jerarquía, no privilegia ningún centro y si éste aparece no es estable ni inmutable sino provisional y perecedero. Así funciona el liderazgo y la autoridad, tanto en las sociedades primitivas como en la vida cotidiana e informal de las sociedades complejas (caso, por ejemplo, de los grupos de iguales o amigos). El énfasis del 15M en la anarquía no era en realidad nuevo pues una mirada atenta a las investigaciones sociológicas y politológicas de las últimas décadas nos informa que la gente es cada vez más reacia a la autoridad y que los sujetos que producen las familias son cada vez más postautoritarios. Los movimientos sociales saben esto desde hace tiempo. De modo que el desembarco de ese impulso en la política, centro neurálgico del ejercicio del poder, era inevitable.
La lógica y sentido de la asamblea son distintos de los que encarnan la autoridad y el liderazgo. En este segundo caso todo parece depender de ciertas verdades, quizás con algún margen para ser corregidas o discutidas, que actúan como faro o guía del conocimiento o de la toma de decisiones. Tienen pues un carácter externo, tienden al universalismo y parecen habitar en aquel lugar celeste que Platón reservó a las ideas y en el que, junto a la verdad, estaban alojadas la belleza, la bondad, etc., nociones todas ellas tan puras, eternas e inmutables como aquélla. La verdad y sus compañeras tienen mucho sentido en un mundo que podríamos calificar como patriarcal, liderado por dioses igualmente únicos, celestes, inmortales absolutamente omnipotentes y hacedores de mundos previsibles. Se ha dicho que el mundo matriarcal era distinto. Estaba poblado por diosas telúricas e intraterrestres cuyas apariciones y muertes coincidían con las de los ciclos de florecimiento y letargo de la naturaleza, el movimiento de los planetas, etc. Hoy también se habla del mundo en esos o parecidos términos. Y la “verdad” (si es que el término sirve) que cabe en él se caracteriza por tener un carácter relativo, pues está encarnada, corporeizada, enraizada en intervalos espacio-temporales muy concretos, así que pierde su carácter absoluto. La lógica asamblearia, por su parte, trata con una “verdad”, si es que de nuevo el término resulta apropiado, también relativa pero desde otro punto de vista. En este caso, dicha verdad depende de la deliberación entre iguales y surge como consecuencia de ello, aunque lo importante no es la verdad (como tampoco lo es en el mundo matriarcal –donde el cuerpo y su situación dictan las certidumbres-) sino el propio conversar. Esto no debe extrañar pues ya las investigaciones lingüísticas nos han informado hace tiempo que la función más importante del lenguaje no es comunicar ninguna verdad, transmitir ninguna información ni facilitar ningún conocimiento, sino cultivar el estar-juntos.
Para acabar permitidme, puesto que me interesa más la anarquía que la jerarquía, ésta ya tiene a sus defensores (por lo que se basta y se sobra para sobrevivir e incluso afirmarse) y ese punto medio que muchos defienden como ideal necesita de extremos entre los que ubicarse, que dé unos cuantos consejos o sugerencias para hacer crecer esa anarquía que en mi opinión es tan saludable. Como se verá no son órdenes ni reglas sino simplemente ideítas con las que cada cuál puede hacer lo que le plazca. Ahí va una decena de ellas:
Se impredecible (e intratable) para los observadores y decisores externos. Pero como cada sujeto está también constituido por jerarquía y anarquía que permiten que existan las de su entorno o sociedad, hay que ser impredecible también y principalmente para uno mismo. No absolutamente pero si, al menos, un poco, a ser posible todos los días. Cada cuál verá cómo lo hace si le resulta interesante. Hay estrategias. En todo caso, lo intente o no, uno siempre es bastante imprevisible gracias a que una parte de sí es inconsciente. Para Freud la relación entre consciencia e inconsciente era jerárquica, muy hostil y a favor de la primera instancia. Para Jung era más amistosa y por eso decía que el inconsciente “aconsejaba”. Préstale entonces atención. Por ejemplo cuando te habla a través de los sueños
Si quieres conocer actúa. Abajo no hay conocimiento separado del hacer, como ocurre arriba, y por eso la comprensión del mundo, como decía Débord, no puede basarse más que en la contestación.
La lógica jerárquica de la enseñanza aquí no funciona. Sí quieres propagar tus ideas inténtalo con el ejemplo y mira con curiosidad lo que resulta. Si quieres aprender mira a tu alrededor y experimenta con lo que te parezca más interesante. La ejemplaridad y la experimentación no tienen nada que ver con escuelas ni púlpitos.
Olvídate del “hay que” o del “es necesario”. La anarquía no es obligatoria. Sale de abajo y se basa más en la lógica del contagio que en la del seguimiento. Gran parte de los fenómenos colectivos y los propios estallidos sociales se producen por fenómenos contagiosos que crecen exponencialmente. De modo que pon atención, no te aísles, abre tus poros, exponte al contacto.
Si eres un experto o un político al que le interesa la anarquía puedes practicar el éxodo y el exilio de tus lugares de saber y poder. No tienes por qué hacerlo absolutamente (sobre todo si la jerarquía te paga y las actividades que para ella realizas te proporcionan algún placer, te atraen, etc.), pero sí algo, lo que consideres conveniente o puedas, pues así facilitarás que crezca la anarquía. De todas formas, no te preocupes. Si no puedes o quieres hacerlo no pasa nada. No eres imprescindible. La anarquía ya saldrá por otro lado.
El experto no clásico sabe que no sabe y es más capaz de convivir con la anarquía. Tiene una ignorancia positiva. Los físicos que reconocen conocer apenas el 25% de la materia y energía del universo tienen esta clase de saber. Los biólogos que con enorme desprecio calificaron el 75% del ADN como basura no alcanzaron tal clase de conocimiento. A quienes encierran, medican, vigilan, castigan o simplemente desprecian la actividad social y psíquica que no cabe en un orden dado les pasa lo mismo. El experto clásico no sabe que no sabe y tiene una ignorancia negativa. Para ellos no hay nada fuera de la jerarquía y lo que no cabe en ella lo desprecian. Quienes trabajan en posiciones dominantes de los sistemas jerárquicos no es difícil que reconozcan la finitud de su saber. Muchos médicos reconocen que la gente se cura sola. Yo mismo no sé mucho del aprendizaje de los alumnos.
Puesto que la anarquía es, entre otras cosas, sinónimo de heterogeneidad y multiplicidad, no estaría mal que obres de modo que incrementes la variedad de lo que te rodea, tanto en el plano cognitivo como en el estético y otros. La intensidad y magnitud de la pluralidad es asunto tuyo. Y si no puedes o quieres recuerda de nuevo que no eres imprescindible y que la heterogeneidad vendrá a ti.
El músculo anarquista conviene trabajarlo un poco. La mejor gimnasia es la desobediencia. Afortunadamente hay un montón de leyes para cultivarla
Aunque la anarquía apunta bastante más lejos, siendo “realistas”, el dispositivo asamblea algo de utilidad tiene. Pero no para encajarlo en el mundo patriarcal sino como puerta de entrada en el fratriarcal. Tenlo en cuenta. Pero no te preocupes, si lo olvidas, la asamblea te lo recordará haciéndote desesperar.
El realismo y el posibilismo son tácticas jerárquicas. La anarquía parece preferir que se cultive el arte de lo improbable. No sólo porque contribuye a generar heterogenidad, sino también porque incrementa el desorden y la falta de previsibilidad, fundamentales para la supervivencia y crecimiento de lo social.