En el seno de los márgenes de nuestra Europa Occidental, cuando menos desde los años setenta del pasado siglo, se viene escuchando reiteradamente la cantinela consistente en que la educación se encuentra sumida en una profunda crisis. Habría que diagnosticar si, a consecuencia del programa de universalización de la instrucción educativa, decantado decisivamente en la segunda mitad del siglo XIX en paralelismo con el despliegue de una lógica disciplinante en otras instituciones, se habría dado realmente algún momento puntual en donde el eco de esta cantinela no estuviese presente como sonido de fondo. Por tanto, “nada nuevo bajo el sol”. Empero, hay algo sí ostensiblemente novedoso: una fantasmática fórmula mesiánica que comienza a recorrer el mundo. Se trata de la encumbrada referencia al sistema finlandés como modelo a seguir en el empeño por hallar una definitiva solución ante la totalidad de los déficits educativos. Un encumbramiento que, en última instancia, no se revela más que como un síntoma del generalizado desconcierto que embarga tanto a la tecnocracia española como a la europea en materia educativa, cuando no como una seña de panfilismo.

Si Michel Foucault se irguiese de ultratumba quedaría ciertamente perplejo del devenir de la relación entre “Poder”/”Saber”, por él célebremente acuñada, acaecida en las tres últimas décadas en las sociedades occidentales. Habría contemplado cómo el ¿Saber? pedagógico se ha adueñado enteramente de la naturaleza y de los propósitos de la educación. Ésta se ha disuelto en “Pedagogía”. “El qué” se ha transformado en “el cómo”. Y aquí, como no podía ser de otro modo, el mercadeo de los discursos pedagógicos ha conquistado “un lugar” y “una voz” con la que dirigirse a unos potenciales consumidores educativos (incluyendo ahora ya no sólo a alumnado y profesorado, sino salpicando también a familias, psicopedagogos, monitores de ocio y tiempo libre o entrenadores caninos). Al principio era cada año, luego lo fue cada mes, actualmente cada semana (para ser más exactos cada fin de semana), y, abandonados a esta periodización cada vez más estrecha, en un fututo próximo previsiblemente cada día, aparece una seductora receta ideada por un original gurú pedagógico. Un lema popular lo dictamina: “A río revuelto, ganancia de pescadores”. Con cada una de estas innumerables propuestas educativas, a cada cuál más supuestamente revestida de innovación y originalidad, se pretende despejar definitivamente la incógnita mediante la cual se despacharán la totalidad de los problemas que afectan a una siempre quejumbrosa educación en donde el brillo ilustrado, que en otra hora la había impulsado, se mantiene en un estado de languidez, y se alcanzarán los objetivos diseñados por la tecnocracia que gestiona la educación europea.

El denominador común en todas estas recetas es la necesidad de un factor de innovación regenerador de la educación y actuante por medio de la inoculación de una dosis de un elemento, ahora mágico, llamado “Creatividad” que debiera contaminar los distintos tramos del sistema educativo. En ello no hay sustanciales distancias con respecto a los discursos que, en general, bendicen la implantación de ella en toda lógica organizacional del capitalismo más tardío. Y aquí las ofertas apuntan, siendo ellas innumerables y a veces exhibiendo una caricatura limítrofe a una proclama dadaísta, en una misma dirección: supresión de tareas escolares, erradicación de exámenes, desvirtuación del principio de autoridad en el Saber, eliminación de contenidos, competencias para el trabajo en grupo, reconocimiento de lo lúdico y un largo etcétera. Para lo que nos importa, en ellas se evidencia claramente la devaluación de un “ascetismo intramundano” que, heredado de la minuciosa “reglamentación” de la vida auspiciada por las órdenes monásticas a finales de la Baja Edad Media, había sido tradicionalmente la actitud cimentadora de las pautas socializadoras de la subjetividad en manos del sistema educativo. Sin embargo, parecen obviar que la liberación de los sujetos de su constricción a una “regla” no necesariamente implica, en modo alguno, su liberación. Sólo podría estar apuntando a una mutación hacia estrategias de control biopolítico más funcionales que, para en realidad serlo, necesitan reinventarse en una diametral confrontación con unas presupuestas pautas educativas de antaño.

No obstante, a ciertos sectores sociales, aparentemente bien instalados en el confort de la llamada “Sociedad del Bienestar”, esta música discursiva les suena bien y, es más, goza de su respaldo. Se ven seducidos por ella como si de hipnotizados seguidores de una cohorte de flautistas de Hamelín se tratase. Por otra parte, reconozcámoslo de una vez por todas, ya ninguna institución, incluyendo los partidos políticos escorados hacia la izquierda y los sindicatos, comete la ingenuidad de afirmar, bajo un signo de sincera credibilidad y públicamente, que la educación es sinónimo inequívoco de un recurso favorecedor de movilidad social. En otra casuística histórica, erigido este slogan en un auténtico emblema ideológico inspirador del combate en favor de la erradicación, o si cabe paliación, de unas originarias desigualdades sociales. Y aquellos que todavía continúan enarbolando este emblema discursivo lo hacen ocultando malamente su rostro falaz. A sabiendas de que no trasluce más que una retórica obsoleta y vacía de contenido, aunque barnizada con una supuestamente incólume carga emancipadora. Si bien exigida no por otro motivo que por las imposiciones de un guión histórico que, aún finiquitado, es preciso reavivar periódicamente, como si del cumplimiento del compromiso con una mera gestualidad no más que ritual se tratase. Lo que, a la postre, reafirma el descrédito de su discurso ante la opinión pública.

39 - Susana Vacas, también cuando duerme, retrato (mariano anós)

Susana Vacas

¿Esto significa que, de la mano de esta “Creatividad”, se estaría preparando a la gente bajo la promesa y con la presunción de su inserción en un futuro mundo laboral por ella gobernado?. Pues mucho nos tememos que, a juzgar por la galopante degradación y abyección laboral, quienes se sientan atraídos por esta hipótesis chocarán de bruces con la realidad más “objetiva. Y si, entonces, esta conjetura tiene visos de resultar, en efecto, incoherente, ¿qué cabe pensar de la funcionalidad atribuida a esta “Creatividad” que ansía afincarse y hacer circular sus prerrogativas por el interior del sistema educativo?. Pues, básicamente, que trata de contribuir a la implantación de una generación inundada por la “felicidad” e intencionadamente anclada en una prorrogada postadolescencia socialmente admitida. Aunque no “feliz” de acuerdo, simplemente, a la irrupción de un código de valores hedonistas contradictorio con las demandas normativamente regladas desde el capitalismo postfordista, al modo en que esta fenomenología fuera retratada en otro contexto por Daniel Bell, sino, más bien, inspirada por el instado de pautas acerca de cómo moverse con fluidez en una cultura de signo decisivamente, por apropiarse de la terminología empleada por Ronald Inglehart, “postmaterialista”.

Es una circunstancia histórica incontrovertible que a los miembros de una generación, ahora en edad laboral, el estallido de la “feliz” burbuja educativa les ha ocurrido en una etapa de su cronología biográfica insospechadamente bastante más tardía que a generaciones precedentes. Pero, es más, a día de hoy hay fiables pistas sociológicas advirtiendo de que el anhelado punto de inflexión del mundo de la formación al mundo del trabajo podría ser un proceso malogrado ya de raíz y, a mayores, sólo alimentador de una inevitable frustración para quienes se obstinen en revertir esta advertencia. Por lo de pronto, curándose en salud, hace ya algunos años que la sociología oficial ha considerado significativamente conveniente ampliar el umbral de la arbitraria compartimentación biográfica, inspirada por una maleable “construcción social”, llamada “juventud”, tomando ahora como indicador de referencia el avance en la treintena de la edad biológica. Por tanto, hasta no alcanzada ella, sólo cabe psicologizar (con una psicología de una exclusiva raigambre norteamericana, todo hay que decirlo) la vida de nuestros jóvenes. No queda otra. Cultivar con un especial mimo emociones, sentimientos y afectos. Y así, de paso, abonar el terreno para la hegemonía de una hermética tecnojerga pedagógica.

El viejo slogan del movimiento Punk de los sesenta en Europa, el que alardeara el “No Futuro”, ha recobrado una inesperada vigencia. Esencialmente porque ha llegado a tornarse en un imperativo epocal en un mundo al albur de la incertidumbre, y con el cual, sin embargo, sigue siendo obligado lidiar. ¿Cómo formar a las generaciones venideras para algo de lo que, por mucho empeño que pongamos, se desconoce su imprevisible naturaleza y que, es más, insinúa siempre su perfil bajo un rostro ensombrecido?. De manera que la auténtica preocupación central de los gestores educativos no es otra que la de cómo conseguir tener ocupada a una ingente masa poblacional que ya ni es considerada siquiera como futura “fuerza de trabajo”, que ha comenzado a percatarse de que su circunstancialidad histórica ya no se atiene a una condición sistémicamente “liminal” que preludie una secuencial entrada en el mundo del trabajo, encerrada intramuros del sistema educativo y a resguardo de las duras inclemencias laborales. Es sabido que en otro decorado histórico, el consiguiente a la aparición del sistema económico capitalista, la inmensa población que, como fruto de la crisis del modelo agrícola precedente, no tenía cabida en el ámbito productivo, y que por tanto representaba un potencial peligro para la vulneración de la propiedad y el orden público, fue concentrada como fuerza de trabajo esclava en galeras, en las minas coloniales transoceánicas y en correccionales diseñados a medida. En una coyuntura como la actual, en semejanza con la anterior en lo concerniente a la constatación del ocaso de un determinado ciclo histórico, nuestros gestores educativos han optado por afanarse, con prioridad en relación a otros objetivos, en que la juventud sea, ayudada por la “Creatividad”, “feliz”. Vale decir que esté “contenta”. O, si se quiere hallar una perversa equivalencia eufemística, que se “contente”. Y en ello sí que parece darse un, explícito o implícito, forzoso o voluntario, consenso entre las diferentes fuerzas políticas que componen el arco parlamentario.

Con ello, el “Sistema” contrae un impensado riesgo estructural, pudiendo verse atrapado en una irresoluble paradoja, a saber: la elaboración de un ficticio antídoto que, en su exceso, se torne contra sus iniciales propósitos. Tanta “felicidad” podría resultarle sino letal sí nociva. Podría verse dañado a consecuencia precisamente de una sobrecarga en el consumo de “felicidad”. Si, llegado el caso, los actores sociales se hallasen en la encrucijada de tener que elegir entre la “felicidad educativa” y la “infelicidad laboral”, cabe la posibilidad de que renunciasen – intencionadamente o no- o bien no consiguiesen aclimatarse a la segunda opción, inclinándose por mantenerse fieles a la “felicidad” en la que fueron generacionalmente socializados desde fechas tempranas. Si así fuese, el binomio “Creatividad”/”Felicidad”, una coartada primeramente encaminada al alejamiento del horizonte de una futura, aunque ciertamente improbable, conversión de los educandos en “fuerza de trabajo”, se transformaría en cómplice, paradójicamente, en el proceso de gestación de un nuevo y extendido perfil de una improductiva “bohemia” que, además, habría topado una autolegitimación a mano en la evidente devaluación de la categoría de trabajo en el capitalismo avanzado. Y esta circunstancia es un factor que probablemente el “Sistema” se verá obligado a sondear y a afrontar. En suma, dado que el “trabajo” y la “felicidad” han dado muestras fehacientes a lo largo de la historia de no haber mantenido un armonioso idilio, ¿cómo lograr que ingresen ahora en un precarizado y degradado mundo laboral individuos tan sumamente apegados y dependientes de la “felicidad”?. Esta es una indudable “contradicción sistémica” que se trasladará y vivenciará como problema en una parte, considerable o no, de los individuos. Pero también, que duda cabe, es un problema para el propio “Sistema” en su afán por autorreproducirse evolutivamente.

Huelga decir que la verdadera “Creatividad” es “un algo” con una naturaleza y un papel sociológicos bien distintos y que no agota su singularidad en ese “algo creativo” al cual insistentemente se nos apela. Llegado el caso, quizá esta verdadera “Creatividad” sea inadmisible, o al menos de difícil acomodo, en la inercial lógica con la que operan las instituciones. Pero eso es ya motivo de otra reflexión.

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Enrique Carretero Pasin es Licenciado en Filosofía y Doctor en Sociología. Profesor de Filosofía en enseñanza de adultos en el IES Rosalía de Castro y Profesor invitado de Sociología en el Instituto de Criminología de la UCS. Es autor de diferentes publicaciones en el campo de la Teoría Sociológica, la Sociología de la Cultura y la Sociología de la Posmodernidad.

IC4RO

IC4O reúne a 22 gentes provenientes de la sociología y la filosofía de ocho universidades españolas, así como a varios artistas. Se interesan por la creatividad e innovación sociales e igualmente por el papel que pueda tener el arte en todo ello. Desde hace unos cuantos años vienen colaborando en varias investigaciones e intervenciones sociales.

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