Hoy me gustaría compartir con todas las personas que estéis leyendo esto  una de las emociones sociales que más años me han acompañado en mi vida. Esta es LA VERGÜENZA en mayúsculas.

Sé que a las personas que me conocen les costará creerlo, pero así es.

Por miedo a exponerme o quizá a hacer el ridículo, siempre daba un paso atrás cuando tenía una exhibición de baile, cuando me tocaba salir a la pizarra en clase o tenía que pedir algo en la secretaría de mi colegio.

Tal era mi miedo a equivocarme y pasar vergüenza, que cuando tenía 13 años, la academia de piano donde estudiaba cerró. Quería continuar aprendiendo y mis padres decidieron que fuera al Conservatorio de Zaragoza para hacer una prueba de acceso e intentar entrar y continuar estudiando allí.

En este Conservatorio había un profesor al que todos temíamos en la ciudad. Era conocido por sus reproches en público, cosa que ya había comprobado cada vez que hacía los exámenes a final de año en el Conservatorio; y veía su actitud con otros compañeros.

Cuando supe que me tocaba audición con él , os podéis imaginar mi nivel de descomposición en aquellos momentos.

Mis notas eran brillantes, me encantaba tocar el piano y en los conciertos anuales de la academia no me hacían falta ni las partituras… Pues bien, tal fue mi terror a hacerlo mal y pasar vergüenza que preferí no presentarme y dar por terminada mi carrera de piano después de 5 años.

Ese era el nivel de bloqueo que desencadenaba el miedo a pasar vergüenza en mi. Permití que la vergüenza eligiera por mi. ¡Cosas de la vida! Pero, ¿ por qué nos pasa esto?

La vergüenza es una emoción social que se puede definir como un sentimiento que surge de una evaluación negativa del yo. Encaja con la idea de ser inadecuado/a y el deseo de ocultarse, volverse invisible y desaparecer de la faz de la tierra.

Es una emoción que aparece cuando nos ven, o pueden vernos, haciendo algo que consideramos que daña nuestra apariencia. Algo de lo que somos muestra y no lo consideramos favorecedor de la imagen que construimos de nosotros y nosotras.

Esta reacción emocional autoconsciente tiene como antecedente algún tipo de juicio que hacemos sobre nuestras propias acciones o bien ese juicio lo realiza alguien externo.

¿Has dejado de hacer alguna vez algo por vergüenza? Seguro que sí, y es que la vergüenza impide que hagamos, que nos expongamos y que evitemos ciertas situaciones aprendidas: me da vergüenza hablar en público, mirarle a los ojos, sentarme a su lado, que me miren, bailar, etc.

Todo un repertorio de conductas que evitamos, aunque nos gusten o nos apetezca hacerlas. Disponemos de un juez interno, desarrollado mediante nuestra experiencia, que pretende “protegernos”. Cuando hacemos siempre caso a esta forma de protección, nos vamos anulando poco a poco en nuestras decisiones y necesidades.

Conocer la función de la vergüenza nos ofrece la posibilidad de poder afrontarla y decidir qué es lo que queremos hacer con ella.

La función de la vergüenza principalmente es protegernos

Una de las formas de vergüenza nos sirve como señal para reconocer un error que hemos cometido, para que sintamos un arrepentimiento. Es necesaria esta sensación de haber hecho algo de forma incorrecta para poder reconocerlo. Ejemplos donde se reclama tener vergüenza: tirar basura a la calle, actuar de forma corrupta, agredir a una persona, colarse delante de alguien, etc. Son situaciones donde se utiliza la expresión “¡qué poca vergüenza tiene!”.

Otra forma de vergüenza es una distorsión de la anterior. Es la que resulta más disfuncional, puesto que limita nuestra conducta, nuestra espontaneidad y libertad para hacer lo que nos gustaría. Son conductas asociadas a una mala experiencia o a una idea errónea de lo que es adecuado.

Se activa la vergüenza en estas situaciones, guiadas por un juez interior que nos indica que alguien se va a burlar de nosotros, que lo vamos hacer mal, que no es normal, etc. Para que haya un avergonzado es necesario un avergonzador que juzgue la situación.

Lo cierto es que somos capaces de perder nuestra naturalidad por querer causar una buena impresión.

Ante cualquier situación en la que nos expongamos y corramos el riesgo de que nos juzguen, generamos una tremenda tensión. Intentamos evitar la situación y, si nos enfrentamos, lo hacemos con el deseo de que termine lo antes posible.

A día de hoy, la gente tiende a mostrarse menos asustada; la reticencia a hablar de aquello que nos avergüenza es, en la sociedad actual, algo menor.

La vergüenza impacta sobre infinidad de rasgos de personalidad y de mecanismos de defensa psicológica.

En un contexto social en el que se nos anima a mostrar nuestra verdadera imagen, querernos por lo que somos y vivir en armonía con nuestras cualidades y con los contenidos de nuestra mente, las personas están más preparadas para mirar hacia su interior y compartir lo que les despierta vergüenza.

La psicología positiva, tan presente actualmente, es un claro ejemplo de defensora por la aceptación con optimismo de los rasgos que menos nos gustan.

Se pueden distinguir 4 tipos de vergüenza:

1. El amor no correspondido

Tan sólo basta haber querido a alguien y enterarse de que ese amor no era correspondido, haber sido rechazado o abandonado por la persona a la que se amaba, para hacerse una precisa idea de lo avergonzante de la situación; en algunos casos, la vergüenza llega a humillación.

2. Exposición indeseada

Este es más recurrente cuando, en una conversación informal, se habla de vergüenza. A ella están vinculados múltiples episodios cotidianos, más o menos comunes, como que te llamen la atención o menosprecien en público o que entren en una habitación y te descubran desnudo/a.

3. Incumplimiento de expectativas o decepción

Aquí cabría el tipo de vergüenza que surge cuando, tras intentar la consecución de un objetivo, se falla en el intento y con ello se derrumban las expectativas “autoimpuestas” o vertidas sobre nosotros por otras personas.

4. La exclusión o marginación

A casi todos nos interesa en gran medida, por nuestra propia condición como seres sociales, encajar y desarrollar un sentimiento de pertenencia grupal.

Este principio es aplicable a casi todos los dominios vitales de la persona: el trabajo, las relaciones románticas, las amistades, etc. Sin embargo, hay momentos en los que esta sensación de pertenencia puede verse amenazada… En estos casos, una buena autoestima y la capacidad de realizar atribuciones correctas nos serviría de defensa contra la influencia negativa de este tipo de vergüenza -atribuciones del tipo: “Mis amigos no me han invitado hoy a la barbacoa porque con todo lo que trabajo seguramente piensen que estoy muy ocupado y no me quieren molestar, no por porque no quieran estar conmigo“-.

Se puede perfectamente aprender de la vergüenza…

Como he dicho antes, para que exista la vergüenza tiene que haber un avergonzador, ya sea interno o externo. Su función tiene muchos matices, puesto que nos está indicando algún aspecto disfuncional en nuestra actitud, que tenga que ver con nuestra perfección, falta de autoestima, miedo a cometer errores, etc.

Revisar las funciones de nuestro avergonzador interno nos puede ayudar a comprender y reestructurar su función. En esencia, la función de este sentimiento es la de informarnos de nuestras equivocaciones, con el fin de capacitarnos y aprender, no con el de destruirnos.

Para entender la vergüenza como una señal de una situación en la que podemos obtener un aprendizaje, es importante permitirse a uno mismo ensayar, explorar y equivocarse.

Esta secuencia hay que vivirla con naturalidad y como algo que tendrá que ser siempre así, como condición de aprendizaje.

Cuando cometemos errores y nos equivocamos, tendemos a inflarlos y a identificarnos con esos errores como si constituyeran todo nuestro yo. Es necesario para que podamos  tomar distancia y seguir un esquema de pensamiento que es bueno automatizar: “me ha ocurrido eso, pero yo no soy eso”.

Se trata de transformar nuestra vergüenza para que pase de examinador a colaborador, que nos pueda indicar los fallos sin que caigamos en la exigencia de no poder cometerlos.

Después de años especializándome en emociones, ¡¡he aprendido y decidido aliarme con mi vergüenza y no dejarme nada por experimentar en esta vida!!

 Si vas a emprender… que la vergüenza nunca te pare.

Carol Artero ( Socia fundadora Descúbrete Zaragoza)

Comunicación La Colaboradora

La Colaboradora es un espacio físico de Inteligencia Colectiva donde una comunidad colaborativa trabaja en sus proyectos empresariales, sociales o creativos con el único requisito de pago de intercambiar ideas, servicios y conocimiento a través de un banco del tiempo para fortalecer la economía colaborativa de sus miembros y su entorno.

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