No creo que la sabiduría germine en los espacios interiores. Puede que lo que permita alcanzar el conocimiento es acercarse a los límites. Puede que la riqueza parta de todo lo que suponga transcender, traspasar, puede que lo que permita un multiverso en expansión sea la visión transdisciplinar. La frontera entre todas las dimensiones que convierten la realidad en un hipervolumen que busca el conocimiento en la contaminación. Algo que no es fácil en este modelo de comportamiento tan proclive a enclaustrarse entre los propios.
El ridículo de las fronteras físicas resulta cada vez más dañino. El de las fronteras del pensamiento es letal. Pero parece que seguimos atrapados en ellas. Las paradojas de la participación donde la mezcla sigue pareciendo un inconveniente, en algunos casos un problema. Nada es nuevo pero resulta claro que la cuestión es abordar estos modelos desde un nuevo uso de la complejidad, desde un nuevo enfrentamiento a ella. La rueda de la participación está ya inventada. El caso es saber de qué material y radio la queremos, qué deseamos transportar sobre ella. Un desafío para la inteligencia, para la verdadera inteligencia, no para aquella que viene disfrazada de gran despliegue de medios y aspavientos, de estrategias y astucias. Y un desafío para los modelos de políticas públicas que se necesitan más acordes con esta conectómica a la que he hecho referencia en otros escritos. Pero bien es cierto que antes se modifica la individualidad que la colectividad con lo que es necesario trabajar, seguir trabajando desde el cara a cara.
Un laboratorio ciudadano, en este sentido, no es innovación en sí mismo (en ocasiones parece que innovar se limita a cambiar los nombres a lo conocido) si no parte de la exigencia, de la necesidad de alcanzar la comprensión de esos lenguajes emergentes que van codificando y decodificando la sociedad desde posiciones poco conocidas e interpretadas. Me da la sensación de que demasiado a menudo nos quedamos en el cambio del lenguaje y que el tránsito real no sobreviene, que no conduce a nuevo conocimiento. Como si se tratase de un automatismo irreflexivo que no busca interpretar y comprender sino camuflarse en una corriente coyuntural y oportunista.
Todavía nos movemos en una especie de planisferio, en un mundo de dos dimensiones, en el dentro y fuera. El pensamiento no tiene por donde respirar, es plano. Todo esta rodeado y bien protegido. Así, en una confusión entre lo público y lo común (lo público ha acabado siendo una propiedad privada en alternancia que acapara el estado y las administraciones; lo común permanece fuera de ellas en lo que podría ser una microposesión fractalizada), todavía prevalece la creencia de que el centro de las sociedades son los organismos oficiales, para unos, y que la verdad está fuera, para otros. Una posición de frentes más que de transferencia. No existe contagio, no existe territorio de frontera, sólo existen dos grandes mesetas en un interior cada vez mas yermo.
La vida esta en los sistemas circulatorios. Nada es mio, nada es de nadie. El conocimiento solo es fértil en territorio abierto. El pensamiento lateral, ese modelo que busca salirse de los patrones desde la provocación. La esencia de cualquier laboratorio urbano. La inteligencia transware.