Hoy en día, en medio de una crisis económica cuyo signo mediático más evidente es la sobreabundancia de terminología relacionada con el empleo, se están produciendo importantes mutaciones que pueden pasar desapercibidas. Una de ellas es el cambio de la imagen exterior de la empresa, y la primera forma de ese cambio es el cambio léxico. El término empresario, demasiado crudo en un momento en el que cada día se oyen noticias de despidos e injusticias por parte de empresarios, está desapareciendo. En su lugar se está generalizando el término emprendedor, término históricamente vacío y que se está llenando de connotaciones positivas asociadas al riesgo personal, la valentía y la aventura*. El término emprendedor se identifica ya a una especie de Indiana Jones californiano en el siempre vivo imaginario colectivo. ¿Cómo se puede mejorar todavía más ese término en un mundo 2.0? Colocándole el adjetivo correcto, emprendedor social. 

Este artículo no pretende generalizar la condena y desautorizar la iniciativa privada en su totalidad. Tan solo llamar la atención sobre un proceso que se está produciendo poco a poco y que si no se mira con atención puede parecer inocuo: el de la re-mitificación de la empresa privada.

Para los defensores de la nueva forma de entender la empresa, la diferencia radical respecto a la sociedad industrial de los siglos anteriores sería el paso de una razón técnica a una razón comunicacional. Desde el siglo XVIII, el concepto de operación ha ocupado un lugar central en la forma de entender el proceso de producción, en parte a causa de la exigencia de una serie de operaciones concretas asociadas al trabajo, como evidencia el modelo característico de Taylor o Ford. La nueva forma de entender la producción es, por el contrario, más vaga en el sentido en que ya no se limita a una serie de operaciones al final de las cuales obtenemos el resultado final. La visión actual de la producción empresarial es una visión orgánica. El obrero de la cadena fordista opera, es decir, realiza las operaciones que se le ha dicho que realice. Su determinación le es exterior, lo que aumenta la sensación de alienación para el trabajador y los sentimientos negativos hacia la estructura que lo dirige. El empleado de Google, paradigma de empresa contemporánea que aúna beneficio y utilidad social, es parte integrante de un proyecto que le sobrepasa, un proyecto moderno y social que hace mejor la vida de la gente.

Renaud Sainsaulieu1 afirma que la empresa es la entidad que está en mejor posición para aportar al conjunto de los comportamientos colectivos el modelo predominante de referencia. La empresa como tal es portadora de una concepción del mundo que desborda el entorno puramente laboral para instalarse como el modelo organizador de la sociedad.

Una visión completamente opuesta es la que dibuja Jean-Pierre Le Goff2. El sociólogo afirma que una empresa es algo ajeno a cualquier voluntad de crear cohesión social. La empresa no es ni una comunidad política ni una comunidad de iguales, pues se basa sobre el principio de mercantilización y beneficio. La sociedad civil se rige por reglas fundamentales de reconocimiento del otro, algo que la empresa no contempla en ningún momento.

Los modelos de management actual tienden a considerar que el trabajador forma parte de un proyecto colectivo que exige del trabajador compromiso y responsabilidad. Además de los nuevos modelos de management, las nuevas tecnologías permiten al trabajador disfrutar de ciertos beneficios laborales como trabajar desde su residencia o definir él mismo los horarios en algunos casos. El nuevo management y las nuevas tecnologías forman así dos caras de una misma moneda que aspira a distanciarse lo más posible del modelo fordista. El objetivo del nuevo management empresarial es que el empleado actual llegue a verse propietario de sus acciones y se sienta parte de un corpus productivo, la cultura de empresa.

Las estructuras de las empresas inspiradas del modelo fordista son por definición autoritarias. El trabajo estaba estrictamente dividido y los trabajadores podían intercambiarse. Sin embargo, en este tipo de empresas existían zonas de sombra en las que los colectivos de trabajadores jugaban un papel fundamental. La crítica y la identidad obrera se forjaban en esas zonas de sombra con cierta autonomía, sino consentida, sí posibilitada por la reconocible estructura jerárquica. La mera existencia de esas identidades contrarias por definición a una estructura claramente opresora delataba la posibilidad de una alternativa social viva y por ello realizable.

Actualmente la obediencia de la fábrica de Ford o Taylor se ha convertido en comunicación y consenso, algo que si bien no puede condenarse de primera mano, una mirada atenta a sus consecuencias sobre el individuo y su entorno deja la puerta abierta a posibles críticas. Como apunta Gollain3, en estos nuevos paradigmas empresariales surge en el plano individual la autocensura y el conformismo por satisfacer a una jerarquía velada, impidiendo la aparición de un espíritu crítico y una alternativa real. Así pues, un análisis crítico de la actual mutación estética de la empresa privada nos permite descifrar la significación real del proceso. Por un lado, el emprendedor social 2.0 condena las cadenas de montaje de Ford tachándolas de inhumanas y alienantes. Bien, vale. Pero el efecto colateral en el seno de su empresa, de su aventura, es el cegamiento de la conflictividad inherente a cualquier comunidad humana; el trabajador no puede quejarse, no puede negarse a trabajar horas extra por que es parte de un proyecto que es social y que a la vez le pertenece, y si ademas trabaja desde casa ¿qué más puede pedir, con la que está cayendo4? Por otro lado, la inmovilización del potencial vivo de subversión asociado históricamente al trabajador cierra los canales a la proyección de una alternativa social real, por lo que resulta ser un instrumento maravillosamente eficaz para conservar el sistema productivo y político. Además, la deslegitimación de Ford por parte de Google, la condena de ese estilo autoritario decimonónico, alcanza de manera igualmente eficaz el objetivo último de esta operación de estética lingüística, que es la re-legitimación de la empresa privada como única entidad valida de organización social mediante un mito rejuvenecido. Señalando las deficiencias de una parte se consigue así el efecto deseado de preservar el todo5.

Con esta crítica se quiere únicamente llamar la atención sobre el proceso arriba esbozado. No quiero decir que todos aquellos individuos que se lanzan a la aventura empresarial sean sujetos sin conciencia social, únicamente movidos por la esperanza de obtener un beneficio económico (aunque muchos sí, pero aún no lo saben). El debilitamiento del Estado, por definición responsable de llevar a cabo funciones sociales económicamente no rentables, está allanando el camino para la aparición de este discurso legitimador, que no es más que la actualización del mito de la empresa. Pero por mucho que se insista en su carácter vertebrador, como señala Le Goff, una empresa tiene que tener beneficios, es su razón de ser y la única forma que tiene de seguir siendo. La situación de crisis económica es el escenario perfecto para la proliferación de este discurso mitológico que tiene como consecuencia la progresiva normalización y aceptación de la iniciativa privada en funciones socialmente básicas.

*”Estuvo años buscando quién le financiara su proyecto y al final lo consiguió: hablamos de Cristobal Colón.” informaba el pasado 11 de noviembre Ana Blanco para presentar una serie de televisión.

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1 Sainsaulieu, R, L’entreprise, une affaire de société, Presses de la Fondation Nationale des Sciences Politiques, Paris, 1990.
2 Le Goff, J.P, Mai 68, l’heritage impossible, La Découverte, Paris, 1998.
3 Gollain, F, Une critique du travail: entre écologie et socialisme, Découverte, Paris, 2000
4 El uso de esta expresión durante los últimos 3 años merecería un estudio aparte
5 Barthes, R, Mitologías, Biblioteca nueva, Madrid, 2012

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Foto: Anika Sancho

 

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